20 septiembre 2010

LUGARES


Él la esperaba en un bar. Hacia diez años que no se veían. Estaba nervioso, le sudaban las manos, jugaba con sus dedos.

Miraba por la ventana a cada mujer que pasaba, sin suerte.

- No cambiaste nada.- dijo una voz a sus espaldas.

Ella puso las manos en sus hombros y se acercó para darle un beso. Rebalsaba de alegría. El sentimiento era mutuo.

Él se levantó y no pudo evitar abrazarla.

- Vos estas más linda.

Y se arrepintió al instante de no tener filtro.

Pero era cierto. Estaba más linda, era toda una mujer.

Se sacó el tapado y ansiaba saber de su vida. Él sólo la miraba.

Habían podido hablar poco por teléfono, ¡siempre estaba tan ocupado! Pidieron dos cortados y una porción de torta para compartir. La misma de siempre, de ricota con pedazos de durazno. Si sus recuerdos no le fallaban, esa era su preferida y también la de él.

Verborragica como nunca, ella seguía preguntando por su vida. Él no tenía demasiado para contar. Se había casado hacía cinco años, tenía una nena de tres. Se estaba replanteando seriamente si era feliz. Seguía con sus primos en aquel monótono trabajo.

Ella, en cambio, era la mano derecha de la directora de una revista femenina muy importante. Tenía un departamento sobre Libertador y los últimos años se la había pasado viajando por el mundo. Convivió con un hombre pero la relación no había prosperado.

Él se sintió inferior. Sus sospechas de que la vida no estaba siendo lo que deseaba, se confirmaba.

Recordaron viejos tiempos, pero sobre todo lugares. Lugares en los que fueron felices, aquellos en los que se amaron. No podían creer que habían pasado tantos años sin verse, sin hablarse. ¿Qué había sucedido? Ya ni recordaban el día en el que se alejaron. Los motivos nunca iban a ser suficientes para justificar la distancia.

Las horas habían pasado sin que se dieran cuenta. Él debía regresar a su casa, lo esperaban para cenar. Lamentó la situación. Subió al auto y comenzó a golpear el volante. Con furia. Gritó. Nadie podía escucharlo, ni siquiera él mismo. Ella había sido el gran amor. Le mostraba que la vida a su lado hubiese podido ser maravillosa, pero estaba casado con Paula.

La quería mucho, muchísimo. Estaba seguro de que era la mejor madre para su hija pero ¿era la mejor mujer para él? Dudó. No había arrancado el auto aún. Estaba inmóvil. Incapaz de regresar a su casa luego de recordar, lo que era sentirse feliz. La culpa le pesaba

- Pobre Paula. – dijo en voz alta para creer que realmente sentía ese pobre Paula.

¿Era pobre Paula? Los últimos años se había dedicado a ella. A sus cursos, a su hija, a su vocación. Todo estaba primero. Todo, menos él.

Hacia tres años que no lo pasaba a buscar por la oficina para ir a tomar un café, como solían hacerlo. Ni siquiera, se interesaba en la nueva pasión que había descubierto por la literatura. Sintió que su mujer no lo conocía. La relación se había dado de una forma veloz. Medio año de novios y se fueron a vivir juntos. Tuvieron a Melani y de allí dejaron de ser pareja para pasar a ser padres. Únicamente padres.

Debía volver a su casa. Tomó la Avenida, luego dobló en la misma esquina de siempre. Pensó en ella, le mando un mensaje diciéndole lo bien que le había hecho verla. Entró el auto al garage. Melani dormía. En la cocina encontró a Paula, le dio un beso en la frente y fue directamente a dormir para soñar con el pasado e intentar no despertar más.