Durante tres días Martín no volvió a aparecer. Sentí vacío en el pecho. Supuse que su cuenta pendiente era finalmente, Carolina. Tal vez ahora estaba donde debía estar.
Mis días volvieron a ser rutinarios. Me dedicaba solamente al trabajo.
Una tarde mientras trataba de concentrarme para realizar una lista de productos nuevos, Martín apareció.
- Qué susto por Dios, Martín ¿Querés matarme?
- Perdón, pensé que me habías visto.
- No. No te vi ¿Qué haces acá? ¿no habías partido?
- Parece que no. Por lo que puedo ver tenías razón, Carolina no era mi cuenta pendiente.
- No lo puedo creer – dije tomándome la cara con las dos manos. Por un lado estaba feliz de volverlo a ver pero por el otro no sabía más que hacer para ayudarlo.
- Si te molesto sigo solo.
- No me molestás. Es que no se como ayudarte.
- Ya se me va a ocurrir algo. Por lo pronto necesito un lugar donde dormir y algo que hacer durante el día.
- Que hagas mi trabajo estaría genial – y como siempre comenzamos a reír.
Martín estaba de vuelta a mi lado. Nos quemábamos la cabeza pensando cual era la cuenta pendiente.
- ¿Tendrá algo que ver mi amigo Víctor?
- ¿El que vive en Italia?
- Si ¿Te acordás que me llamó por teléfono ese viernes?
- Claro que me acuerdo, si fui yo, la que te avisó.
- Bueno… nunca lo llamé – susurró con vergüenza y agachando su cabeza como chico que sabe que hizo algo incorrecto.
- ¡No lo llamaste! – grité enojada. Darío, mi compañero de oficina, que justo entraba me miró como si estuviera loca. Le dije que estaba cantando y le pedí disculpas. No creo que me haya creído pero por lo menos logré que se fuera. Cada vez era mayor el número de personas que pensaban que unas vacaciones no me vendrían mal.
- No lo llamé ¿y qué? – me respondió desafiante.
- ¿Y qué? ¿y qué? Pero porque siempre hacés lo mismo.
- Hacía.
- Bueno como sea. Si te estaba llamando debió ser por algo importante. Ni te voy a preguntar porque ya se la respuesta. Tampoco tenés su teléfono ¿verdad?
- ¿Cómo adivinaste? – y sonrió en forma pícara llevando, su dedo pulgar e índice haciendo un circulo, a su boca
- Te mataría.
- Se te va a complicar, ya estoy muerto.
- Que gracioso. Parece que la muerte no te cambió el humor. Es muy probable que esa sea una cuenta pendiente. Ahora decime como hago yo, para averiguar el teléfono de este chico. – y pasé mi mano por la frente con gesto de preocupación.
- Dejame buscar en el celular. Tal vez lo tenga.
Al cabo de un rato, Martín me pasa el número de Víctor.
Me arriesgué e hice una llamada a Italia. Su contestador decía que estaba fuera de casa por unos días y daba un nuevo número donde ubicarlo. Por la cantidad de dígitos me di cuenta que era de Argentina. En una de esas teníamos suerte y Víctor se encontraba en el país.
Hice la prueba. Ya no tenía nada que perder. La vergüenza era una palabra que se había eliminado de mi vocabulario.
- ¿Víctor? – pregunté temerosa de haberme equivocado de destinatario.
- Sí ¿quién habla?
- Soy Laura, la compañera de trabajo de Martín Paz.
- Ah Laura, ¿Cómo estás? – con su pregunta me di cuenta que todavía no sabía la verdad. Otra vez en ese lugar tan espantoso de comunicar la terrible noticia de su muerte.
- Bien. Necesitaría hablar con vos ¿estás en Buenos Aires?
- Si. Sabes que el loco de Martín no me devolvió el llamado. ¿Está cerca tuyo? – ni se había percatado de que yo quería hablar con él. Siquiera le sonó extraño.
- Víctor… - hice un extenso silencio porque no encontraba las palabras para decirle que su amigo del alma había muerto.
- ¿Pasó algo malo? ¿Le pasó algo a Martín?
- Si. Martín tuvo unos problemas de salud…
- ¿Está internado?
- No, Víctor. Martín falleció.
- Tenés que usar la palabra falleció – argumentó Martín interrumpiendo mi conversación con su amigo. Lo calle con un aleteo de mano y seguí hablando con Víctor.
- Me estás cargando.
- Me gustaría decirte que es una broma, pero no. – otro silencio extenso marcaba la pauta de que estaba tratando de digerir la terrible noticia.
- Yo lo había llamado para que nos juntemos esta semana – dijo entre sollozos.
- Me imaginé. Por eso te estoy llamando. Quería reunirme con vos para que charlemos un poco, si te parece.
- Sí, puede ser. ¿querés que vaya para la oficina?
- No, mejor no. Preferiría en cualquier otro lugar menos acá.
- Si te parece, nos encontramos en el hotel donde estoy parando.
- Bueno, pasáme la dirección y nos vemos ahí alrededor de las siete de la tarde.
- Perfecto. Anotá.
Finalmente nos conocimos. Si bien habíamos hablado varias veces por teléfono nunca nos habíamos visto personalmente.
Me cayó bien. Él no me dejaba de preguntar detalles de los hechos. No había mucho para decir.
- Dejen de hablar de cómo morí y andá al grano – dijo Martín impaciente como de costumbre.
- Víctor ¿sobre qué querías hablar con Martín?
- Nada importante. Quería verlo. Charlar con él.
- Esto no es la cuenta pendiente – interrumpió Martín logrando que yo me distraiga.
- Pensé que quizás tenían algo pendiente.- pregunté haciéndome la tonta.
- No. Con Martín era así la amistad. Cuando yo viajo, nos vemos seguro.
- Si entiendo. Es duro aceptar que ya no esta.
- Por el amor de Dios, Laura, dejá de dar pena con todo el mundo. – me reprochó enfurecido.
- Bueno, ya tenés todos mis teléfonos, nos mantenemos en contacto y charlamos un rato para que todo sea más llevadero.
- Seguro. Es un placer haberte conocido. Me haces sentir cerca de Martín.
- Ah bueno, lo que faltaba. Mi amigo que está llorando por mi muerte se hace el galán con vos. Ya está ¿Nos vamos? – insistía Martín.
Me despedí de Víctor con un fuerte abrazo y la promesa de volver a vernos cuando regresara el aproximo año.
Martín estaba insoportable. Se había puesto celoso de su amigo, que lo único que quería, era ser amable conmigo y buscar un punto de unión entre la historia de su muerte y la realidad.
Lo negativo de este encuentro era que las cosas no se resolvían y por lo que podía observar el tema iba para largo.
Volvimos a casa una vez más. Sí, casa. Ya era de ambos. Estaba totalmente instalado.