.jpg)
Creo que me enamore de vos.
Esas fueron las palabras que ella le dijo a su mejor amigo, en vísperas de Noche Buena.
De ahí en más sus historias fueron tomando diversos rumbos.
Él no sentía lo mismo por ella y a pesar de haber querido mantener la amistad, fue imposible.
Trece años después de aquella mañana, coincidieron nuevamente en la vida. Una reunión de ex alumnos en el colegio al que ambos asistieron, fue el lugar que los unió.
Ya no eran los mismos, de es no quedaban dudas.
Ella sintió emoción al verlo y él dibujaba en su rostro una sonrisa de felicidad. Nunca se había querido separar de ella, pero las circunstancias lo ameritaban.
La fuerte pelea que los separó, estaba sanada en aquel abrazo.
Él hacia poco que se había separado de su novia de toda la vida. Ella seguía sola. Ambos se sentaron en el mismo banco, dentro de aquella capilla donde se conocieron. Escucharon atentos la misa. Al culminar otros compañeros de aquella época se acercaron a ellos y en el tumulto se perdieron.
Cuando ella salió por fin, lo encontró apoyado en su auto. La estaba esperando. Fueron a tomar un café y charlar de la vida. Seguían siendo muy diferentes, pero el modo de mirarse no había cambiado.
Él era exitoso, graduado en economía, había llegado a ser gerente en poco tiempo. Tenía un buen pasar pero jamás había abandonado el fútbol de los jueves con sus amigos.
Ella era bohemia, seguía escribiendo poesía. Había abandonado la carrera de periodismo para dedicarse a las letras. Sus poemas le llenaban de color la vida.
Perseguir su sueño hacía que nunca llegara a fin de mes.
Habían pasado más de cuatro horas. No se dieron cuenta. La charla estaba muy interesante y ninguno se quería ir. Ella tomó la iniciativa, tenía miedo volver sola a su casa tan tarde pero él la dejó en la puerta, como correspondía y de paso aprovecharon el viaje para continuar la charla.
Se despidieron con un beso y la promesa de volverse a ver. Ambos conservaban el mismo mail.
Él tomo la iniciativa y le mando a su oficina un CD, ella sorprendida corrió a ponerlo en la compu. No podía creerlo, ya había olvidado que cuando estaban en cuarto año, él la había filmado saludando y haciendo morisquetas con sus amigas.
Ahí estaba, con el inolvidable uniforme del colegio, con aquellos peinados locos que definían su personalidad. ¡Cuantos años habían pasado! Intento recordar si quedaba algo de aquella chica risueña y libre. Tomó el celular y le mando un mensaje de texto que decía: “gracias por devolverme ese pedacito de felicidad”. Te quiero.
Él comenzó a sentir un cosquilleo en su estomago. Creyó estar grande para esas cosas y respondió el mensaje: ¿tomamos un café?
Ella aceptó. Esa tarde se encontraron nuevamente.
Pilas de historias viejas los hicieron reír incansablemente. Algo estaba volviendo, no todo había quedado archivado en el pasado. Habían olvidado sus obligaciones. Ella faltaba a sus talleres y él siempre dejaba el trabajo para el día siguiente.
A veces sólo subían al auto y sin rumbo partían, escuchando canciones viejas y cantando sin parar.
La necesidad de hablar era mutua. Ambos cargaban con trece años de vida sin compartir el camino. En ocasiones, las lágrimas los traicionaban a ambos.
No todo había sido maravilloso. Se habían echado de menos. Una vez que todo quedó dicho, decidieron empezar a ver hacia adelante.
A ella le seguía pareciendo atractivo. Él había descubierto que ella había sido siempre, muy interesante.
Les gustaba estar juntos. Una tarde luego de que él la pasara a buscar por su trabajo, no pudo ni quiso evitar besarla. Ella no reaccionó. Quedó sorprendida por aquel beso furtivo. Acordaron con la mirada pasar juntos aquella noche.
Por la mañana no hablaron. Ambos cumplieron con sus obligaciones y ningún mensaje de texto interrumpió la tarde. Durante semanas no se vieron. Apenas un ¿cómo estas? Y un escueto bien.
Parecía que la mágia se había desvanecido. Jamás volvieron a verse. Quizás deban pasar trece años más.