
Febrero era el mes en que la vida se teñía de anaranjado. Cuando las cosas malas dolían menos.
Esperaba ese mes con gran emoción.
La familia viajaba a Mar del Plata desde Navidad hasta fines de enero. Pero febrero era todo mío y lo compartía con los chicos del barrio.
Íbamos todos a espiar los preparativos que se hacían en el club San Lorenzo de
Almagro, para darle la bienvenida a las noches de Carnaval.
Avenida
Todos los años mamá nos cosía lindos disfraces a Marcelito y a mí.
Pero esa vez había decidido no ponérmelo.
Papá se enojó.
Mamá comprendía.
Sabía de la existencia de Julián, el chico más lindo del barrio. Tenía catorce y era todo un hombre. Yo, con dos años menos, me sentía tan poca cosa.
Le pedí a mamá que me hiciera el vestido que habíamos visto en una revista de modas. Tenía corte princesa y una amplia falda que formaba una campana gracias a la enagua.
Julián no me daba bolilla. Se la pasaba jugando al fútbol con sus amigos.
Yo me quedaba largo rato mirándolo, hasta que papá mandaba a Marcelito a avisarme que era la hora de entrar.
El sábado 19 de febrero fue el gran día.
Todas las familias se reunieron en San Lorenzo. Iba a cantar el ídolo. Mamá lo disimulaba, pero a ella le gustaba tanto como a mí.
Sandro. Sandro de América.
Para él también me había vestido linda, y como Julián no me miraba, decidí que quería ser la novia de Sandro.
Salió al escenario y yo, más enamorada.
Cincuenta mil personas lo aplaudían sin parar.
Eran las dos y media de la madrugada y recién cantaba la primera canción. Yo hacía esfuerzos para vencer al sueño.
La abuela y Marcelito no aguantaron y se fueron a casa.
Me quedé con papá y mamá, que bailaban sin parar.
Que lindas épocas. Pensar que meses más tarde se separarían.
Cuando cantó “Yo soy gitano”, todos gritamos incansablemente.
Fue con “Te propongo” que Julián se me acercó.
- Hola Amelia ¿todavía estás acá? – dijo haciéndose el galán.
Pensé muchas cosas. Primero, que estaba interrumpiendo a Sandro.
Después me di cuenta de que sabía mi nombre.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
- Sí, cómo no voy a estar. Amo a Sandro. – y como si hubiese dicho la peor barbaridad, me tapé la boca con las dos manos.
Le había confesado al chico que me gustaba, que amaba a otro. ¡Que torpeza!
En el escenario Sandro cantaba “Déjalo”, y mamá no sabía si dejarme mirar, porque comenzó a contorsionarse como si hubiese tenido una descarga eléctrica.
Las chicas lloraban y hasta se desmayaban.
Me olvidé que Julián me había hablado por primera vez.
Los acordes dejaban descubrir “Voy a abrazarme a tus pies”.
Sí.
Indudablemente estaba más enamorada de Sandro que de Julián.
Qué lindos los carnavales.
Qué mágico Febrero! Ése más que ninguno.
En un momento dado perdí de vista a mis padres.
Me asusté un poco pero enseguida vi a Don Manolo, el almacenero del barrio. El papá de Julián.
Él estaba a su lado. Se dio cuenta que me había perdido y vino hacia mí.
Quedamos lejos del escenario, pero “Penumbras” sonaba como si el ídolo la estuviera cantando al lado nuestro.
Julián se acercó más.
- Se que no soy
Acepté.
Bailamos hasta las cuatro de la mañana.
Sandro se fue sin que ninguno de nosotros pudiera ni tocarle
En febrero de 1972 Julián me dio mi primer beso.
Fuimos novios todo el invierno y la primavera.
Con el verano llegó otro febrero y otros carnavales.
A Sandro no lo volví a ver.
Julián y su familia se mudaron lejos.
Papá terminó de hacer sus valijas.