Las noches de Madrid siempre habían sido iguales.
Hacía nueve años que estaba instalada allí. Dije que iba porque quería crecer. Despegar. La verdad, huí. No quería volver a verlo nunca más en la vida.
Era muy chica cuando nos pusimos de novios. Él tenía su vida hecha y yo recién comenzaba a salir al mundo. Mundo que me aterraba, muy distinto al que había imaginado. Tantos cuentos de hadas, me habían hecho crear en mi mente, una realidad que muy lejos estaba de la verdad.
Lo amaba. Demasiado. Él no.
Peleábamos constantemente hasta el punto de llegar a lastimarnos con palabras hirientes. No podía dejar de amarlo y me fui.
Llegué a España por una casualidad. Me salió una beca en la facultad y no dudé.
Inmediatamente conseguí trabajo en una escuela secundaria, ellos la llaman preparatoria. En Madrid conocí a Pablo. Nos hicimos amigos y con el tiempo decidimos probar como pareja. Él era muy distinto a aquel amor que había dejado en Argentina. Teníamos una relación tranquila, sin peleas, sin agresiones, sin nada. De tan buena que era, se tornaba aburrida. Decidí que mi vida debía cambiar. Las noches de Madrid siempre eran iguales, hasta que una mañana mientras desayunábamos juntos, me animé a decirle que ya no quería seguir. Pablo no se enojó, no gritó, no me odió. Yo esperaba una reacción, pero no sucedió.
Mi soledad y yo caminábamos las calles madrileñas pensando y sintiendo. Viviendo o tal vez sobreviviendo.
En un arranque de melancolía tomé un avión y volé a casa. Reencontrarme con mis seres queridos, me devolvió a la vida.
Decidí verlo. Sea cual fuera su situación. Jamás lo había olvidado, incluso en el mejor momento de la relación con Pablo.
El coraje lo había dejado en España. Di treinta vueltas antes de marcar su número. Tal vez no era el mismo ¡habían pasado tantos años! Eso también me asustaba. Si bien el tiempo me había favorecido físicamente, mi alma había cambiado. Las desilusiones de la vida me convirtieron en una mujer autosuficiente, refugiada tras un escuro de acero.
Llamó una, y el corazón me latía cada vez más fuerte. Llamó dos y me estaba arrepintiendo. Al tercer sonido estaba decidía a cortar, pero alguien del otro lado me frenó con un hola, que tuvo que volver a repetir, porque mis palabras habían quedado atrapadas en mi garganta. Finalmente respondí con otro hola. Inmediatamente reconoció mi voz. Se lo notaba contento. Mi tono era uniforme. Miedo y más miedo. Quedamos en vernos en el lugar de siempre. No estaba tan segura de poder volver a aquel sitio, pero lo intentaría, eran más las ganas de verlo.
Él también había cambiado, los años lo habían hecho madurar. Un matrimonio frustrado y una hija fruto de aquel amor que no perduró. Hablamos mucho de varias cosas. Sentía unas ganas inmensas de que sus brazos me envolvieran. No se lo pedí. Me fui de aquel lugar con la sensación de no haber dicho todo. Quería volver a Madrid a pesar de que sus noches siempre eran iguales para mí. Prefería la aburrida cotidianeidad, que volver a sentir amor.
Me quiso ver antes de mi partida. No habló. Se acercó al punto de incomodarme y me dijo “que tonto fui al dejarte ir”. Sonreí asintiendo su afirmación. Me besó y no me resistí. No esta vez.
Algo volvía a empezar.
No viajé. Decidí quedarme a su lado.
Valía la pena una segunda oportunidad. Ya no creía en refranes, las segundas vueltas podían ser mejor que los primeros intentos.
De algo estaba segura, las noches de Buenos Aires nunca habían sido iguales.