27 agosto 2010

ITALIA, 1998



Caminaba sola por aquellas calles de Roccella Jonica.

Las construcciones se mezclaban entre antiguas y modernas.

Las ventanas le ofrecían los sueños. Las mujeres mayores sentadas en la puerta viendo pasar la vida. En el cartel decía “Vía Petto Dell l Oro”.

Respiró profundo aquel aire de mar. Olvidar, la clave. Volver a empezar, la meta.

Era primavera. Había nacido en primavera.

El mar estaba más azul que de costumbre. Solía bajar a la playa, adoraba hundir sus pies en la arena y contemplar aquella imagen. ¿Dónde empezaba el cielo? ¿Dónde terminaba el mar?

Barcos encallados, sin dueños. Los tomaba prestados, allí escribía. No paraba de escribir.

Extrañaba, pero sabía que no podía volver.

El atardecer le traía nostalgia y escribía.

Esta vez cartas a sus padres que iniciaban, Italia, 1998. Ni mes, ni día, ni ciudad.

Contaba poco y nada. Aseguraba que se encontraba bien.

Su alma guardaba un profundo dolor. La duda la tenía prisionera y aquél lugar la refugiaba del miedo.

Una tarde salió a caminar como de costumbre, con su cuaderno en mano, por si la inspiración la sorprendía. Llevaba puesto un vestido floreado y una pequeña bandolera hecha con retazos de diferentes telas, que le había regalado una vecina, a pocos días de su llegada.

Él, recorría la ciudad en bicicleta. Había dejado Buenos Aires para apartarse de las presiones laborales.

Le gustaba pintar. Esos paisajes eran ideales.

Al pasar por su lado, el perfume lo atrapó. Voltió para mirarla en detalle y vio que su cuaderno estaba en el piso. Lo tomó y sintió ganas de leerlo. Se contuvo. Dejó su bicicleta y corrió hasta alcanzarla.

- ¿Esto es tuyo? Preguntó.

Ella giró lentamente y reconoció su vida en las manos de aquel extraño. El cuaderno era clave. Allí estaba la verdad.

- Muchas gracias. Dijo sin poder evitar perderse en sus ojos azules.

Caminaron hacia la playa. Encontrarse con un argentino la hizo sentir cerca de sus afectos.

Charlaron un par de horas. Disfrutaban de la compañía.

Al día siguiente se volvieron a encontrar.

Ella se sentó en el umbral de una vieja casa a escribir sobre la vida de un pintor. Él dibujó a una hermosa mujer escribiendo, en la “Vía Petto Dell L Oro”.

La cita era esa noche. Ella aceptó.

Las dudas ya no estaban. Su alma conocía nuevos caminos.

Las noches de primavera son aún más lindas que los días. Cenaron bajo aquel cielo mientras escuchaban típicas canciones italianas.

Luego caminaron rodeando el mar. Una suave brisa corría el pelo de su cara. Él la observaba y solo sonreía.

La llevó hasta la puerta de su casa y se despidieron con un beso en la mejilla.

Esa noche escribió otra carta. Italia, 1998. Esta vez las palabras eran para aquel amor que había quedado en su país. El mismo que vistió de gris sus días y nubló su corazón.

Por quien lloró noches enteras. Su primer gran amor. Aquél que le enseñó a vivir, el que no la supo amar.

Aquellas palabras fueron una despedida. Una liberación.

Italia había sido el lugar ideal, su hogar a partir de aquella noche.

Mil nueve noventa y ocho el año que comenzó a ser feliz.

23 agosto 2010

HAY DÍAS


Hay días en los que estoy mejor, otros no tanto.
El recuerdo me pesa y mi mente no deja de pronunciar tu nombre.
Pero son días.

Hay días que te deseo. Mi piel te extraña. Mi respiración acelerada marca el ritmo de la vida y te busco.

Hay días que me duele tanto el corazón que siento que se va a romper.
Te extraño. Me agobia la idea de saberte con otra, y quiero gritar para sacar el dolor, ese que no se cura con nada. Si me abrazaras calmarías la agonía de esos días en los que el sol no sale y el frío se siente dentro.

Hay días en los que no te pienso. Estoy agotada y tu imagen se desdibuja. descansa mi mente, normalizo mi ritmo. se toma un respiro el alma, pero son días.

Hay días en los que la alegría me rebalsa y te pienso pero no te siento. Tu ausencia es efímera. Las horas pasan más rápido. Quiero atrapar esos días y guardarlos.

Sí, hay días en los que estoy mejor. Pero son días.

10 agosto 2010

¿ PODRÁS PERDONARME?


Para A.M.

Podrás perdonar
mi ausencia en el dolor

los abrazos que no dí

las horas que no jugué

la incertidumbre

de tu alma


Podrás perdonar

mi cobardía
una vez más

las decisiones no tomadas

por el "tal vez"

Podré perdonarme

no haber estado allí

tan sólo estar

estar para tu partida


Podré perdonarme

este vacío

que se clava en mi alma para recordarme que después

después puede ser tarde

07 agosto 2010

SOLO LLAMABA PARA DECIRTE QUE TE AMO


Se había separado hacia un año, pero todavía no lo había dejado de amar.

Se sentía cansada, aburrida de su vida. Despertaba llorando sin saber porqué. Su salud no la acompañaba. La tristeza se manifestaba en todos los aspectos. Lo único que aliviaba un poco su alma era escribir.

Un cambio a tiempo la salvaría de cualquier catástrofe que estuviera a punto de desatarse.

Le habían recomendado un buen psicólogo. Años antes ya había hecho terapia y superado algunos inconvenientes. Luego intento con algunos profesionales pero con ninguno se sentía cómoda y abandonó la posibilidad de retomar terapia.

Ahora sentía que era la única forma de salir adelante. Una amiga le recomendó al mejor psicólogo de la ciudad. Andrés era joven, eso la sorprendió. Ya era todo un logro aceptar que el terapeuta fuese un hombre. Pensaba que le iba a constar confesarle sus secretos. Su juventud la descolocaba. Apenas los separaban unos seis años. La primera sesión se sintió incomoda. Tuvo la intención de no regresar pero al miércoles siguiente una fuerza desconocida la llevó a sentarse una vez más en aquel consultorio de Palermo.

Andrés la escuchaba atento y de vez en cuando intervenía.

Durante tres meses habló sin parar de Roberto. Cómo se habían conocido, cuándo había sido su primera pelea. Las cosas que amaba y odiaba de él. Roberto seguía siendo el protagonista de su vida. La invadía un sentimiento de rabia al ver que seguía pronunciando una y otra vez su nombre, pero más la angustiaba sentir que no podía desprenderlo de su corazón.

Ya hacía un año y medio que estaban separados. Tiempo suficiente para curar heridas.

Un miércoles, al terminar la sesión, descubrió que no había hablado de Roberto. Se sintió feliz se animó a levantarse de su silla y darle un abrazo a Andrés. Él quedo congelado. Ella se disculpo por su impulso.

Al verla avergonzada, el psicólogo, trató de quitarle importancia a la situación.

Durante un par de sesiones el tema principal era ella y sus diversas actividades. Los dolores corporales habían desaparecido y una sonrisa se dibujaba más a menudo en su rostro.

Un año había transcurrido desde que comenzó terapia y aquél miércoles llevó un paquete de masitas para festejarlo con Andrés. Él agradeció el gesto pero antes de despedirse le dió un papel con el nombre de una colega, el teléfono y la dirección.

No lo podía creer, no entendía lo que estaba sucediendo.

- Es una excelente profesional, vas a estar en buenas manos. – dijo Andrés sin demasiadas explicaciones.

Ella se largo a llorar. Él intentaba consolarla pero era imposible. Se sentía defraudada nuevamente. Andrés le había devuelto la alegría y de un día para el otro la entregaba como si fuera una simple ficha

- ¿Qué hice de malo? – atinó a preguntar con lagrimas en sus ojos.

- No hiciste nada, soy yo el que no puede seguir con esta terapia.

- ¿Te vas de viaje? Dijo ella intentando adivinar la verdad.

El próximo paciente llegó para dar por finalizada la charla. Ella prefirió ir a su casa caminando. Treinta y tres cuadras la esperaban para pensar y sacar conclusiones. No las encontró. Toda esa semana se sintió angustiada. Tomo la decisión de abandonar terapia, sin Andrés no valía la pena.

Todo estaba más que claro.

Lo llamó. Él le había enseñado a no guardarse más nada, todo lo acumulado estallaba en sus interminables enfermedades.

- ¿Andrés? – dijo temerosa

- Si, soy yo.

- Sólo llamaba para decirte que te amo.