30 junio 2010

FUGA DE RECUERDOS


Creo que me enamore de vos.

Esas fueron las palabras que ella le dijo a su mejor amigo, en vísperas de Noche Buena.

De ahí en más sus historias fueron tomando diversos rumbos.

Él no sentía lo mismo por ella y a pesar de haber querido mantener la amistad, fue imposible.

Trece años después de aquella mañana, coincidieron nuevamente en la vida. Una reunión de ex alumnos en el colegio al que ambos asistieron, fue el lugar que los unió.

Ya no eran los mismos, de es no quedaban dudas.

Ella sintió emoción al verlo y él dibujaba en su rostro una sonrisa de felicidad. Nunca se había querido separar de ella, pero las circunstancias lo ameritaban.

La fuerte pelea que los separó, estaba sanada en aquel abrazo.

Él hacia poco que se había separado de su novia de toda la vida. Ella seguía sola. Ambos se sentaron en el mismo banco, dentro de aquella capilla donde se conocieron. Escucharon atentos la misa. Al culminar otros compañeros de aquella época se acercaron a ellos y en el tumulto se perdieron.

Cuando ella salió por fin, lo encontró apoyado en su auto. La estaba esperando. Fueron a tomar un café y charlar de la vida. Seguían siendo muy diferentes, pero el modo de mirarse no había cambiado.

Él era exitoso, graduado en economía, había llegado a ser gerente en poco tiempo. Tenía un buen pasar pero jamás había abandonado el fútbol de los jueves con sus amigos.

Ella era bohemia, seguía escribiendo poesía. Había abandonado la carrera de periodismo para dedicarse a las letras. Sus poemas le llenaban de color la vida.

Perseguir su sueño hacía que nunca llegara a fin de mes.

Habían pasado más de cuatro horas. No se dieron cuenta. La charla estaba muy interesante y ninguno se quería ir. Ella tomó la iniciativa, tenía miedo volver sola a su casa tan tarde pero él la dejó en la puerta, como correspondía y de paso aprovecharon el viaje para continuar la charla.

Se despidieron con un beso y la promesa de volverse a ver. Ambos conservaban el mismo mail.

Él tomo la iniciativa y le mando a su oficina un CD, ella sorprendida corrió a ponerlo en la compu. No podía creerlo, ya había olvidado que cuando estaban en cuarto año, él la había filmado saludando y haciendo morisquetas con sus amigas.

Ahí estaba, con el inolvidable uniforme del colegio, con aquellos peinados locos que definían su personalidad. ¡Cuantos años habían pasado! Intento recordar si quedaba algo de aquella chica risueña y libre. Tomó el celular y le mando un mensaje de texto que decía: “gracias por devolverme ese pedacito de felicidad”. Te quiero.

Él comenzó a sentir un cosquilleo en su estomago. Creyó estar grande para esas cosas y respondió el mensaje: ¿tomamos un café?

Ella aceptó. Esa tarde se encontraron nuevamente.

Pilas de historias viejas los hicieron reír incansablemente. Algo estaba volviendo, no todo había quedado archivado en el pasado. Habían olvidado sus obligaciones. Ella faltaba a sus talleres y él siempre dejaba el trabajo para el día siguiente.

A veces sólo subían al auto y sin rumbo partían, escuchando canciones viejas y cantando sin parar.

La necesidad de hablar era mutua. Ambos cargaban con trece años de vida sin compartir el camino. En ocasiones, las lágrimas los traicionaban a ambos.

No todo había sido maravilloso. Se habían echado de menos. Una vez que todo quedó dicho, decidieron empezar a ver hacia adelante.

A ella le seguía pareciendo atractivo. Él había descubierto que ella había sido siempre, muy interesante.

Les gustaba estar juntos. Una tarde luego de que él la pasara a buscar por su trabajo, no pudo ni quiso evitar besarla. Ella no reaccionó. Quedó sorprendida por aquel beso furtivo. Acordaron con la mirada pasar juntos aquella noche.

Por la mañana no hablaron. Ambos cumplieron con sus obligaciones y ningún mensaje de texto interrumpió la tarde. Durante semanas no se vieron. Apenas un ¿cómo estas? Y un escueto bien.

Parecía que la mágia se había desvanecido. Jamás volvieron a verse. Quizás deban pasar trece años más.

25 junio 2010

ESCALERAS

Esas frías escaleras de mármol los separaban apenas unos metros de distancia.

Hacia un año que no se veían. Ella se sentía igual que siempre, bajaba uno a uno los escalones recordando el día en que se conocieron. Espiaba por el hueco de aquella escalera interminable. Ahí estaba. Los años le sentaban cada vez mejor.

Seguía siendo su amor. Otro escalón y sus nervios repercutían en su garganta cerrándola cada vez más, hasta el punto de sentir que el aire no pasaba. Él estaba de traje, nunca lo había visto así. De fondo el murmullo de gente chocando las copas y festejando. Era otro país y la fiesta fue una gran excusa para volverse a ver.

Él no le quitaba los ojos de encima. Un vestido blanco y negro la envolvía. Sentía un fuego recorriendo su cuerpo.

La veía bajar lentamente. Pensó en aquel día que la dejó partir. Se sintió un idiota. Siempre la amo pero jamás se lo había dicho, su orgullo ganaba a la verdad.

Ella se detuvo, alzó apenas su vestido para evitar que los tacos le jugaran una mala pasada. Él llego a ver sus tobillos, la recordó en zapatillas, tampoco la había visto tan elegante. Era hermosa de todas las maneras.

Ella sonrió y él se iba acercando para ofrecerle su mano, la ayudó a bajar los últimos escalones, rodeo su cintura y ella deposito las manos en sus hombros. Se abrazaron. El nudo en la garganta iba aflojando. Se sentía sostenida por él, no lo quería soltar. No otra vez.

- Viniste – llego a decirle con una voz casi inexistente.

- Volví - respondió él.

Juntos entraron a aquel salón y la música los llevaba directo a la pista. Bailaron

hasta el amanecer. La hora de partir se acercaba. El día le ganaba a la noche. Se miraron, sintieron eso mismo que aquella primera vez. Él, la beso y corrió un mechón de pelo que caía sobre su rostro.

En silencio se fue alejando. Ella no fue capaz de detenerlo. No quiso.

Llegó hasta las escaleras y vió como su amor bajaba uno a uno esos escalones de mármol frío. El mismo frío que sintió en su cuerpo.

14 junio 2010

EN EL UMBRAL DE LOS RECUERDOS



A MI PAPÁ


Sentada en el umbral de la que fue tu casa, espero.

Espero que la vida no se pase tan rápido, sin sentir que valió la pena.

Espero respirar más pausado. Tomar las cosas tal cuál son

Espero un futuro feliz, aquel que me deseaste tantas veces.

Seguir sorprendiéndome del camino recorrido.

Espero mantener vivo el recuerdo de aquella que fuí.

Sentada en el umbral de la casa que me vió ser niña y adolescente deseo seguir tus pasos, marcados en la honestidad, en la familia.

Deseo un amor como el que viviste, esos que sólo pasan en las películas y de vez en cuando en la vida real. A veces creo que son demasiadas cosas las que deseo.

Desear menos y valorar más lo que me rodea.

Aquí sigo sentada, esperando.

Muchas veces tengo la necesidad de volver el tiempo atrás, de encontrarte, de contarte mis secretos de hoy.

Espero.

Espero a mi padre, hablar de cualquier cosa para matar el tiempo y entrar a tu casa.

Siempre es tan difícil entrar a tu casa.

La ausencia se expande en el aire.

Las cosas que no nos dijimos, las que no nos decimos con mí padre tampoco.

Él va llegando. Sonríe. Últimamente sólo sonríe cuando me ve.

Es tanto el amor que le tengo.

Todos nos equivocamos, él también, pero me enseña que siempre hay que seguir adelante.

Me desprendo de este umbral. Cuesta. Siempre cuesta.

Le doy un beso y entramos. Una vez más.

Quisiera tomar su mano y la tuya, me sentiría menos sola.

Abandono aquel umbral, donde esperé tantas veces, donde viví tantas cosas y hoy guardo este último recuerdo.

09 junio 2010

SOY MUJER

A ROCHIS

Soy mujer proclama un cartel pegado en la pared del Ministerio del Uruguay, más precisamente, al lado de la puerta del Director General del Departamento de Cltura.

Se quedó pensando en ese “soy mujer”. Debía esperar, tenía una misión por cumplir, la traía desde Buenos Aires

. Poseía todo el tiempo del mundo para aguardar allí sentada. Era una mujer y ese día sentía orgullo de ella misma. Extrañaba sus costumbres, su rutina diaria de la que tanto renegaba en el día a día. En Argentina era feriado. En Uruguay todo seguía la normalidad de un día lunes. Le cerraron la puerta en la cara. Allá y acá todo huele igual.

Tantas veces le habían cerrado la puerta en la cara, y como no era la primera vez que sucedía, actuó en forma enérgica, erguida, porteña, pero con la tran

quilidad que la experiencia le había legado.

Se sentó a esperar. Tenía tiempo. Todo el tiempo que siempre anhelaba. Observaba el ir y venir de la gente, las rivalidades entre compañeros de trabajo, la competencia por el puesto, por el respeto. Todo igual. Parecía estar en casa. Por alguna razón, sabiamente, los llamaban países hermanos.

Los hermanos no tienen la misma forma de pensar, sin embargo, la esencia se lleva en los genes. Distintos, pero pueden ser iguales también.

De a ratos reojeaba aquel cartel “soy mujer” y pensaba que justamente estaba allí por ese motivo. Porque era mujer. Distinta al hombre. Nunca busco la igualdad absoluta porque creía que ser mujer tenía sus encantos.

Que ellos piensen que es el sexo débil, mito que se mantiene hace añares, y saberse las más fuertes de todas. No en vano tienen la tarea de parir hijos, criarlos, haber aprendido a hacer mil cosas a la vez. Y ese don tan preciado que todas tienen, pero que no

todas usan. El poder de seducir ¿Cómo hacen ellos,

los hombres, para decirnos que no? Pueden burlarse, renegar y mil cosas más, ¿pero decirnos que no? Les cuesta, verdaderamente les cuesta.

Volviendo al pasillo, agudizo su oído. Escuchó que su misión estaba allí adentro. Otra característica pensó internamente y rió. Dijo una vez más, soy mujer. Como mujer se dio cuenta que no iba por el lado correcto. Un cartel lo vaticinaba, “Mal día para pescar”. Decidió que lo que tenían que hablar lo dejaría para otro día. Solo le entregaría el obsequio, un apretón de manos y con la frente bien alta regresaría a su país. Porque era mujer, porque los políticos son iguales en cualquier parte del mundo y porque la idea de irse a vivir a Uruguay se desvanecía mientras su amor por la Argentina crecía aún más.