26 marzo 2012

INCERTIDUMBRE


Esa era yo.

………….La que reía

………………………La del brillo en la mirada

………………………………………………….La que soñaba

Aquella que disfrutaba

……………………….las pequeñas cosas

La que lloraba por amor

La que cantaba en su rutina

Sí, aquella era yo

A la que hoy busco en forma desesperada

……………………………………………A la que extraño

A la que le agradezco tantos años maravillosos

…………………………………………………A la que me gustaría volver a sentir

Sí, sin dudas, aquella era yo

¿Dónde buscarte?

Por que lugar perdido

……………………..estarás dormida

12 marzo 2012

AL AMANECER


AL AMANECER



Y una mañana

.............. Desperté.

Las calles vestidas de gris.

Hombres y mujeres a paso veloz

Y yo parada allí

...................Sobre el cordón de la vereda

.................................................Observando.


Los colores se esfumaban

..........................Y me había vuelto blanco y negro


Te busque

....................Ya no estabas

..............................................Habías partido

Y la sonrisa se borró de los rostros de todos

Y no tuve memoria

.....................Ni pensamientos

.....................................Ni inspiraciones.

Las letras escapaban de mi mente hacia el cielo

Quise armar palabras

......................Oraciones.

Se rompían cuando intentaba capturarlas.

Todo seguía gris.

Y a pesar de querer ver tu rostro entre miles

La verdad era una sola.

........................Tus ojos no me volverían a ver

Y yo
......Ya no vería en colores.

01 febrero 2012

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS X - EL FINAL


Ya no había más opciones. Martín estaba destinado a permanecer en este plano.
El veinticuatro quise ir a llevar flores a su tumba. Esta vez Martín no quiso acompañarme. Mientras iba en el cuarenta y cuatro escuchando música, recibí un llamado de Carolina. Había vuelto y quería verme. Le conté que estaba camino al cementerio y me dijo que nos encontrábamos allí. Pensé que quizás, ella había tenido la misma idea que yo, y que necesitaba compañía.
Llegué primero. Acomodé las flores mientras esperaba. En eso vi a Carolina. Traía un bebé en brazos. Sus ojos se llenaban de lágrimas a medida que se acercaba a mí.
- Hola, Laura.
- Hola – dije con un hilo de voz.
- Te presento a Gabriel. Mi hijo. El de Martín.
En ese instante supe cual era la cuenta pendiente. Tomé a Gabriel en mis brazos y tuve la misma sensación que sentía cuando abrazaba a Martín.
Carolina quería proponerme algo muy importante. Que sea la madrina de Gabriel.
Mientras nos íbamos me fue relatando todo lo que sucedió luego de que le diera la carta. Apenas una semana más tarde, confirmaba sus sospechas. Estaba embarazada. Sintió alegría y tristeza a la vez. Y muchísimo miedo. Decidió pasar su embarazo fuera de Buenos Aires y vivirlo con tranquilidad, disfrutando cada momento.
La historia era verdaderamente emocionante. Yo quería apurar el viaje para encontrarme con Martín.
Durante todo este tiempo, no encontrábamos la cuenta pendiente, porque todavía no había nacido. Conocer a su hijo, sería el pasaporte. Sólo así podía partir en paz.
No quise ser yo la que le diera la noticia de golpe. En una semana se celebraría el bautismo.
Era en la misma iglesia donde se habían casado. La fiesta sería allí. En el jardín de las rosas.
Con cualquier excusa hice que Martín me acompañara.

- Me trajiste a la iglesia donde me casé ¿Crees que un cura puede ayudarme?
- No Martín, yo te voy a ayudar.
- ¿Encontraste mi cuenta pendiente?
- Sí y está acá.
Lo tomé de la mano y lo llevé hasta el jardín. Allí estaba Carolina con Gabriel en brazos.
Martín los vio sorprendido. No comprendía. O tal vez sí y no quería darse cuenta que su único sueño estaba cumplido.
- Gabriel es tu hijo – le dije con la voz temblorosa.
Su emoción fue tan grande que no pudo evitar las lágrimas.
Le pedí a Carolina si me dejaba estar un rato a solas con Gabriel. Accedió como si supiera toda la verdad.
Martín, Gabriel y yo nos sentamos entre las rosas que daban el aroma perfecto para ese encuentro tan maravilloso entre padre e hijo.
- ¿Sabes porque Carolina le puso Gabriel? – me preguntó esperando que yo sienta curiosidad.
- No. –dije dándole el gusto.
- Porque siempre dijimos que si alguna vez teníamos un hijo varón, iba a llamarse como un ángel. Ella cumplió. – y fijó su mirada en el bebé.
Lo tenía entre sus brazos. Estudiaba minuciosamente su manito. Trataba de descifrar el color de sus ojos. Gabriel estaba calmo. Sabía que se encontraba en los brazos de su padre.
Comprendí en ese instante, que el final estaba cerca.
Después de un rato le pedí que me diera el bebé. Había un bautismo pendiente.
- ¿Qué opinas que yo sea la madrina?
- Es el mejor regalo que podemos hacerte con Caro. Sos la persona justa. Sé que vas a querer a mi hijo como si fuera propio. Lo vas a proteger y amar.
- Eso es una promesa.
La ceremonia fue preciosa. Tanto dolor era redimido con la alegría de una nueva vida.
El agua bendita caía sobre la cabeza de Gabriel. Nos limpiaba a todos de culpas y nos mostraba el camino a seguir. Ahora todo era por él.
Cuando culminó ese momento mágico, busqué con la mirada a Martín. No lo veía.
Salí de la iglesia y fui al jardín. Ahí estaba, parado al lado del rosal. Me acerqué y puse mi mano en su hombro.
- Ya es hora – dijo sin voltear.
- Lo sé.
- Quiero que estés bien.
- Te lo prometo
- Quiero que vivas tu vida. Que seas feliz.
- Lo voy a intentar – y fue inevitable llorar.
Nos abrazamos con fuerza. Me agradeció todos estos meses que pasamos juntos. Yo también se los agradecí.
Fue una despedida.
No volví a ver a Martín.
Hoy es veinticuatro y tal como lo prometí, le llevo flores.
Pasó un año de aquel extraño encuentro. Salí del cementerio y fui a cumplir mi siguiente misión, tal vez la más importante.
Gabriel me esperaba para jugar.

FIN

25 enero 2012

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS IX

Habían pasado dos meses desde que apareció y tres de su muerte.
El veinticuatro fuimos a llevarle flores a su tumba. Antes, él creía que las fechas especiales eran una cuestión marketinera. También estaba comprobado que el alma se desprende del cuerpo y que lo único que hay enterrado son huesos. Así y todo tuvimos que llevar flores a su lápida. Yo ya no lloraba. Me había acostumbrado a que esté a mi lado nuevamente. Él se sorprendió de mi reacción.
- ¿No vas a llorar?
- No. – dije en forma despreocupada.
- ¿Y por qué?
- Martín, estas al lado mío como voy a llorar.
- ¿Ya no me extrañas?
- Ja como te voy a extrañar si hasta vivís conmigo. Estas las veinticuatro horas del día a mi lado. Hace dos meses que no veo a mi novio, que no salgo con mis amigas, que me dedico a trabajar y a ayudarte a encontrar la solución a tu problema.
- Ya veo. Preferirías que estuviese muerto.
- Por favor, no hables pavadas. Estoy feliz de que estés acá. Pero también se que esto tiene fecha de vencimiento. ¿Y que va a ser de mi entonces? No sólo un duelo sino dos. Dos despedidas. Es mucho para una sola persona.
Dejamos las flores, nos persignamos y salimos para seguir con nuestra difícil tarea.



Pensar que la cuenta pendiente podía ser unir a su familia no era una idea descabellada. Pero como involucrarnos, mejor dicho como involucrarme con gente que apenas cruzaba algunas palabras referidas al trabajo. Yo era para él su hermana. Pero no una hija para su padre. Bien lejos estaba, Ernesto, de tener sentimientos de cariño hacia mí.
Había que intentarlo. De a poco me fui acercando. Trataba de que se sintiera cómodo en el puesto de Martín. En cambio su hijo no podía con su genio y se ponía nervioso por las dediciones apresuradas que tomaba su padre.

- No cambia más – dijo agarrándose los pelos como queriendo quitárselos. – si esta es mi cuenta pendiente, voy a estar en este plano eternamente.
- Tenés que ser más positivo. Todos podemos modificar algo de nuestra personalidad. Se que es difícil y que esta vez, yo no soy de gran ayuda.
- Intentálo. Si lo logras, te doy un premio.
- Lo voy a intentar. Por lo menos logré que me hable diez minutos seguidos. Eso es mucho decir.
Era más que claro que este era el desafío mayor. Ernesto y yo éramos polos opuestos. Tratar de congeniar llevaría un tiempo y la realidad era que tanto Martín como yo estábamos agotados.
Un día decidí que era hora de hablar seriamente con Ernesto. Esta vez le pedí a Martín que desapareciera por un rato. Necesitábamos estar a solas.
Tomé valor y me fui hasta el bar donde desayunaba todas las mañanas. Estaba cometiendo dos faltas, una era interrumpirlo en su momento de soledad pero la más grave era salir del trabajo sin permiso.
Apenas me vio su cara se transformó. Sentí que la idea de estar en el mismo espacio no le agradaba. Se preocupó porque pensó que había pasado algo malo.

- Quedese tranquilo, todo esta bien. Sólo quería charlar un rato con usted ¿Me permite sentarme?
- Sí – dijo en tono serio.
Yo sabía que en realidad no tenía ganas de cruzar palabra conmigo. De trabajo no íbamos a hablar. Lo único que nos unía era Martín, y él ya no estaba.

- Es difícil seguir adelante ¿no? – dije intentando entablar una conversación.
- Bastante. A veces siento que no fui buen padre.
La confesión me permitía ahondar más en el tema.
- Martín lo quería mucho. Por supuesto que había cosas que no compartía – sentí la sensación de que me estaba metiendo demasiado, pero Ernesto parecía permitírmelo.
- Éramos muy diferentes.
- En algunas cosas, en otras no tanto.
- Él estaba molesto conmigo este último tiempo.
- Creo que siempre le recriminó lo mismo.
- ¿Qué cosa? – su tono de voz abandonó la compasión para volver a la dureza con la que siempre se dirigía a todos. Hice un silencio y pensé si realmente correspondía contar lo que Martín me confesaba. Tampoco debía olvidar que Ernesto era mi jefe, por lo tanto corría el peligro de que en ese mismo instante me despidiera por metiche. Pero también tenía una misión que cumplir, y era ayudar a Martín. Me arriesgué.
- Debería ser más cariñoso. Saludar por las mañanas. Tratar de charlar con la gente. Sobre todo con su familia.
- ¿Eso es lo que crees?
- No por Dios. Eso creía Martín.
- ¿Y vos compartías ese pensamiento?
- Creo que sí. – cerré los ojos esperando el despido inmediato.
Eso no sucedió. Ernesto se quedó en silencio, pensativo. Supuse que era hora de irme a reunir con su hijo.
- Tengo cosas que hacer. Gracias por el café.- y me retiré para que él siguiera reflexionando.
Martín no estaba. Tal vez había encontrado, hablando con su padre, la solución.
Me resigné a volver a la realidad. Me senté en mi escritorio y comencé con mi tarea.
Volví a casa esa tarde y no sabía qué hacer. Mis amigas tenían planes organizados en los cuales, obviamente, no estaba incluida. Mi novio estaba enojado conmigo por haberle pedido un tiempo para reflexionar vaya a saber qué. Y Martín se había ido.
Mi vida volvía a comenzar de cero. Debía recomponer mis relaciones con los seres vivos.
Pasaron cuatro meses.
Las cosas habían cambiado. Ernesto me saludaba con un beso todas las mañanas y yo estaba feliz por conservar el trabajo. Hablaba con Víctor, cada tanto.
Con la que no había vuelto a hablar era con Carolina. Ella había decidido hacer un viaje con sus padres durante unos meses. Me extrañó su decisión pero cada uno sobrellevaba como podía el dolor por la ausencia de Martín.
Lo extrañaba. A menudo recordaba nuestras últimas aventuras.
Para matar el tiempo comencé a escribir todo lo que fuimos viviendo. Cuando me quise dar cuenta tenía una novela casi terminada.
Por las noches trataba de concentrarme buscando el final. Tantas páginas habían fluido tan rápidamente que me parecía imposible no darle un broche de oro a mi escrito.

- ¿No sabés como terminarla?
Era la voz de Martín. Salté de la silla para tenerlo frente a frente. Nos abrazamos durante un largo rato y apenas recuperé el habla le pregunté.
- ¿Qué haces acá? ¿No te habías ido ya?
- No. Simplemente quise que creyeras que ya me habías ayudado y que de ese modo recuperases tu vida. Me sentí culpable.
- ¿Cómo pensaste una cosa así? ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
- Por ahí.
- Cuantos intentos llevamos ya, y todavía no descubrimos cuál es tu cuenta pendiente – dije agotada de buscar soluciones.
- Yo creo saber cuál puede ser mi pasaje.
- ¿Enserio?
- Vos.
- ¿Yo?
- Sí. Vos. Tu sueño no es trabajar en la empresa. Es ser escritora. Vivir de eso. ¿Me equivoco?
- No. Pero eso no es tan fácil de cumplir.
- Dejáme que lo intente.
- Es una locura.
- Todo es una locura – reímos contentos de volver a estar juntos.
Durante ese mes me ayudó a cumplir mi sueño. Mi primer libro salía a la venta y mis talleres literarios funcionaban de maravilla. Cada vez trabajaba menos horas en la empresa y me sentía libre. Con desilusión descubrimos que esa tampoco era la cuenta pendiente.

18 enero 2012

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS VIII

Durante tres días Martín no volvió a aparecer. Sentí vacío en el pecho. Supuse que su cuenta pendiente era finalmente, Carolina. Tal vez ahora estaba donde debía estar.
Mis días volvieron a ser rutinarios. Me dedicaba solamente al trabajo.
Una tarde mientras trataba de concentrarme para realizar una lista de productos nuevos, Martín apareció.

- Qué susto por Dios, Martín ¿Querés matarme?
- Perdón, pensé que me habías visto.
- No. No te vi ¿Qué haces acá? ¿no habías partido?
- Parece que no. Por lo que puedo ver tenías razón, Carolina no era mi cuenta pendiente.
- No lo puedo creer – dije tomándome la cara con las dos manos. Por un lado estaba feliz de volverlo a ver pero por el otro no sabía más que hacer para ayudarlo.
- Si te molesto sigo solo.
- No me molestás. Es que no se como ayudarte.
- Ya se me va a ocurrir algo. Por lo pronto necesito un lugar donde dormir y algo que hacer durante el día.
- Que hagas mi trabajo estaría genial – y como siempre comenzamos a reír.
Martín estaba de vuelta a mi lado. Nos quemábamos la cabeza pensando cual era la cuenta pendiente.

- ¿Tendrá algo que ver mi amigo Víctor?
- ¿El que vive en Italia?
- Si ¿Te acordás que me llamó por teléfono ese viernes?
- Claro que me acuerdo, si fui yo, la que te avisó.
- Bueno… nunca lo llamé – susurró con vergüenza y agachando su cabeza como chico que sabe que hizo algo incorrecto.
- ¡No lo llamaste! – grité enojada. Darío, mi compañero de oficina, que justo entraba me miró como si estuviera loca. Le dije que estaba cantando y le pedí disculpas. No creo que me haya creído pero por lo menos logré que se fuera. Cada vez era mayor el número de personas que pensaban que unas vacaciones no me vendrían mal.
- No lo llamé ¿y qué? – me respondió desafiante.
- ¿Y qué? ¿y qué? Pero porque siempre hacés lo mismo.
- Hacía.
- Bueno como sea. Si te estaba llamando debió ser por algo importante. Ni te voy a preguntar porque ya se la respuesta. Tampoco tenés su teléfono ¿verdad?
- ¿Cómo adivinaste? – y sonrió en forma pícara llevando, su dedo pulgar e índice haciendo un circulo, a su boca
- Te mataría.
- Se te va a complicar, ya estoy muerto.
- Que gracioso. Parece que la muerte no te cambió el humor. Es muy probable que esa sea una cuenta pendiente. Ahora decime como hago yo, para averiguar el teléfono de este chico. – y pasé mi mano por la frente con gesto de preocupación.
- Dejame buscar en el celular. Tal vez lo tenga.
Al cabo de un rato, Martín me pasa el número de Víctor.
Me arriesgué e hice una llamada a Italia. Su contestador decía que estaba fuera de casa por unos días y daba un nuevo número donde ubicarlo. Por la cantidad de dígitos me di cuenta que era de Argentina. En una de esas teníamos suerte y Víctor se encontraba en el país.
Hice la prueba. Ya no tenía nada que perder. La vergüenza era una palabra que se había eliminado de mi vocabulario.

- ¿Víctor? – pregunté temerosa de haberme equivocado de destinatario.
- Sí ¿quién habla?
- Soy Laura, la compañera de trabajo de Martín Paz.
- Ah Laura, ¿Cómo estás? – con su pregunta me di cuenta que todavía no sabía la verdad. Otra vez en ese lugar tan espantoso de comunicar la terrible noticia de su muerte.
- Bien. Necesitaría hablar con vos ¿estás en Buenos Aires?
- Si. Sabes que el loco de Martín no me devolvió el llamado. ¿Está cerca tuyo? – ni se había percatado de que yo quería hablar con él. Siquiera le sonó extraño.
- Víctor… - hice un extenso silencio porque no encontraba las palabras para decirle que su amigo del alma había muerto.
- ¿Pasó algo malo? ¿Le pasó algo a Martín?
- Si. Martín tuvo unos problemas de salud…
- ¿Está internado?
- No, Víctor. Martín falleció.
- Tenés que usar la palabra falleció – argumentó Martín interrumpiendo mi conversación con su amigo. Lo calle con un aleteo de mano y seguí hablando con Víctor.
- Me estás cargando.
- Me gustaría decirte que es una broma, pero no. – otro silencio extenso marcaba la pauta de que estaba tratando de digerir la terrible noticia.
- Yo lo había llamado para que nos juntemos esta semana – dijo entre sollozos.
- Me imaginé. Por eso te estoy llamando. Quería reunirme con vos para que charlemos un poco, si te parece.
- Sí, puede ser. ¿querés que vaya para la oficina?
- No, mejor no. Preferiría en cualquier otro lugar menos acá.
- Si te parece, nos encontramos en el hotel donde estoy parando.
- Bueno, pasáme la dirección y nos vemos ahí alrededor de las siete de la tarde.
- Perfecto. Anotá.
Finalmente nos conocimos. Si bien habíamos hablado varias veces por teléfono nunca nos habíamos visto personalmente.
Me cayó bien. Él no me dejaba de preguntar detalles de los hechos. No había mucho para decir.
- Dejen de hablar de cómo morí y andá al grano – dijo Martín impaciente como de costumbre.
- Víctor ¿sobre qué querías hablar con Martín?
- Nada importante. Quería verlo. Charlar con él.
- Esto no es la cuenta pendiente – interrumpió Martín logrando que yo me distraiga.
- Pensé que quizás tenían algo pendiente.- pregunté haciéndome la tonta.
- No. Con Martín era así la amistad. Cuando yo viajo, nos vemos seguro.
- Si entiendo. Es duro aceptar que ya no esta.
- Por el amor de Dios, Laura, dejá de dar pena con todo el mundo. – me reprochó enfurecido.
- Bueno, ya tenés todos mis teléfonos, nos mantenemos en contacto y charlamos un rato para que todo sea más llevadero.
- Seguro. Es un placer haberte conocido. Me haces sentir cerca de Martín.
- Ah bueno, lo que faltaba. Mi amigo que está llorando por mi muerte se hace el galán con vos. Ya está ¿Nos vamos? – insistía Martín.
Me despedí de Víctor con un fuerte abrazo y la promesa de volver a vernos cuando regresara el aproximo año.
Martín estaba insoportable. Se había puesto celoso de su amigo, que lo único que quería, era ser amable conmigo y buscar un punto de unión entre la historia de su muerte y la realidad.
Lo negativo de este encuentro era que las cosas no se resolvían y por lo que podía observar el tema iba para largo.
Volvimos a casa una vez más. Sí, casa. Ya era de ambos. Estaba totalmente instalado.

05 enero 2012

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS


- Gracias por venir, Carolina.
- No es nada. Yo también tenía ganas de verte es sólo que me cuesta salir a la calle.
- ¿Cómo vas llevando estos días?
- Como puedo. Muchos trámites tediosos que hubiese preferido evitar.
- Preguntale si me extraña. – interrumpió Martín, como era de costumbre.
- No empieces – dije sin darme cuenta que en realidad nadie podía verlo.
- ¿Estás bien, Laura?
- Si, si es que está vibrando mi celular en la cartera y no quiero que empiece a interrumpir. Mejor lo apago- y retomé la conversación - ¿Lo extrañas?
- Sí, por supuesto. Demasiado – Y las lágrimas comenzaron a caer por su rostro y no pude evitar llorar con ella. Martín observaba la escena mientras sentía una gran impotencia de no poder hacer nada. Por suerte nos recuperamos gracias a alguna anécdota graciosa que recordamos de él.
- La carta. Dale la carta de una vez – se impacientaba Martín. Yo también me impacientaba. Él me impacientaba.
- Caro, yo estuve guardando algunas cosas personales de Martín y encontré una carta dirigida a vos. – saqué de la cartera el sobre. Las manos me transpiraban y me sentía culpable de estar mintiéndole.
Carolina lo tomó. Lo acariciaba como si acaso tocándolo, Martín, regresara a la vida.
Finalmente tuvo las fuerzas para abrirlo.



Mi amor. Caruchi:

Tal vez cuando leas esta carta, yo ya no esté a tu lado. Son esas ocurrencias que a veces se me cruzan por la cabeza. No me quisiera ir sin decirte todo lo que te amo y lo que significaste en mi vida.
Yo no conocía el amor. Lo busqué incansablemente, equivocándome una y otra vez. Nunca era la indicada. Pero un día, por casualidad, o quizás no, apareciste en mi vida. Me devolviste la confianza, la fe. Volví a creer y sentí por primera vez ganas de reconocer mi amor ante Dios, nuestra familia y amigos.
Fue una boda preciosa, mi amor.
Sé que en estos momentos no debés encontrar consuelo. Te entiendo. Siempre fuimos tan compañeros, tan unidos. Debes extrañar mis locuras, aquellas que muchas veces te hacían enojar, pero no más de dos horas, porque mis chistes te robaban una sonrisa y todo quedaba olvidado. Seguramente yo también esté sintiendo tu ausencia, pero creo entender que las cosas suceden por algo en esta vida. Nosotros debíamos conocernos y cumplir nuestro sueño de amar sin condición. Sé que esperábamos más. Que buscábamos concebir el fruto de nuestro amor. Que yo no esté, no quiere decir que tu sueño no se cumpla. Algún día, sin buscarlo, aparecerá otra persona y quiero que no te detengas. Mi alma estará feliz si tu vida continúa. Espero que cumplas este deseo y nunca te olvides que te amo con todo mi corazón.
Adiós preciosa

Martín.

Carolina comenzó a llorar nuevamente. Yo no sabía cómo calmarla. Ni a ella ni a Martín.

- Perdón, no era mi intención que te pongas mal.
- No, Lau, estoy bien. Es emoción. Reconocer que nuestro amor era tan puro que hasta me pide que sea feliz sin él. Sin egoísmos.
- Deberías hacerle caso. Sé que ahora no es el momento, y todo es un proceso pero no te cierres al mundo. Afuera hay un montón de cosas por hacer.
- Lo sé. Gracias, Laura, por hacerme llegar esta carta. Me da mucha paz.
Martín no hablaba. Decidí que la visita estaba concluida.
Me disculpé con Carolina y me retiré de aquel lugar.
Él no me seguía. Supuse que aún quería contemplar un rato más a su mujer, que se quedó releyendo la carta.
Ya iba a volver.
Aproveché para ir a ver a Joaquín, mi novio. Tuve la necesidad de pasar un par de horas abrazados. No me había dado cuenta, la suerte de tenerlo a mi lado.

28 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS VI

Volvimos a mi casa algo inquietos. Martín no paraba de sacar conjeturas. El trabajo fue lo primero que dijo.
- Tal vez la empresa no pueda quedarse sin mí.
- Mirá Martín, vos sabes que yo te quiero mucho, que me siento muy sola desde que no estás… bueno físicamente hablando. Pero sinceramente no creo que tenga que ver con el trabajo. Sabés perfectamente que nadie es indispensable.
- Sí, es verdad. Pero los que quedaron tampoco son una joyita. – dijo haciéndose el agrandado. Comenzamos a reír sin parar y a defenestrar a cada uno de nuestros compañeros, familiares incluidos. Cenamos y el cansancio se hacía sentir. ¿Sentiría cansancio él?
- ¿Dormís?
- Si, como no voy a dormir.
- ¿Y lo haces como antes… cuando estabas vivo?
- No siento grandes diferencias realmente.
- Es tan extraño estar hablando de estas cosas.
- Siempre hablamos de estas cosas.
- ¡Es cierto!
- Tal vez por eso te puedo ver – las risas volvieron a invadir el ambiente.
Me había olvidado todo lo que nos divertíamos.
Cuando nos conocimos, caímos en gracia. Éramos apenas unos adolescentes tratando de ser adultos. Nos poníamos serios para trabajar, pero al rato estábamos bailando en la oficina.

- ¿En que pensás?
- En el pasado. Me estaba acordando la vez que casi chocamos. Nos salvamos de milagro.
- Si, me acuerdo. Los dos estábamos en cualquiera.
- Pero yo no manejaba, vos sí.
- Ahora me vas a echar la culpa que hace seis años atrás casi te morís.
- Bueno echar la culpa no, pero …
- ¿No tenés otro recuerdo mejor?
- Tal vez lo más conveniente sea que vayamos a dormir – le dí un beso y me fui a mi habitación.
La semana había transcurrido en forma rutinaria, como siempre. Martín seguía sin encontrar la causa de su estadía en este plano y yo trabajaba bajo su presión.
Se volvía cada vez más complicado mantener charlas dentro del trabajo. Mis compañeros me veían hablando sola y pensaban que la muerte de Martín me había afectado más de lo normal.
Había momentos en los que él se ausentaba por un par de horas, pero nunca me sabía decir adonde iba.
El otoño estaba instalado y todos se habían acostumbrado a la idea de su ausencia. Sabía que eso lo lastimaba. No comprendía como podía ser que se hubiesen olvidado tan rápido de él. La realidad era diferente a la visión de Martín y yo pude entenderla después de un tiempo. Nadie se había olvidado de él. La rutina marcaba los pasos a seguir para que la vida fuera menos trágica.
Intenté explicárselo miles de veces pero era inútil.
Una mañana mientras desayunábamos me pidió un favor.

- Quiero ver a Carolina. Necesito decirle varias cosas. Quizás esa sea mi cuenta pendiente.
- No pretenderás que yo te acompañe.
- Laura, sabés perfectamente que no me puede escuchar.
- Esto es lo más parecido a Ghost, la sombra del amor. Patético.
- No seas irónica. No te estoy pidiendo que me prestes tu cuerpo, sólo necesito ver a Carolina.
- Está bien. Está bien.
- Gracias - y se levanto para abrazarme. Y no me soltaba ya casi no podía respirar.
- Si me matas antes, dudo que ambos podamos pasar de plano aflojá un poco con los abrazos.
Esa misma tarde me junté con Carolina. Me costó convencerla. Últimamente no salía demasiado. Después de los tediosos trámites se había encerrado en su casa.
Martín quería decirle tantas cosas. La única forma que se me ocurrió fue que le escribiera en computadora para que no reconociera la letra. Sospechoso también, pero nuestra coartada era perfecta. Le iba a decir que, acomodando las cosas de la oficina de Martín, había encontrado una carta para ella. Si lo pensaba dos veces no era muy creíble, pero la realidad es que nos íbamos a aprovechar de sus defensas bajas. Suena horrible, pero era la única forma que teníamos para saber si eso era el pase al otro plano.

26 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS V


Rosa me consiguió el teléfono del brujo. Lo llamé pero no le adelanté demasiado. Quería decirle las cosas cara a cara. Al día siguiente yo tenía que presentarme a trabajar, ya no podía faltar más.
Martín me acompañó. Era rara la situación. Volver juntos al lugar que compartíamos pero él ya no podía impartirme órdenes.
Se quedó en mi oficina. Me resultaba incómodo tenerlo al lado supervisando cada cosa que hacía.

- Así que usas el facebook en la hora laboral. ¡Qué bonito! Seguro que hacías lo mismo antes.
- ¿Antes de qué?
- De que muriera. Ja seguro que perdías tiempo en eso y yo no me daba cuenta.
Me ayudó en varias tareas esa tarde. Parecía que nada malo había ocurrido.
Cuando su padre llegó se sorprendió y yo me puse nerviosa.

- ¿Todo bien, Laura? – preguntó extrañado Ernesto.
- Ningún problema. ¿Necesitaba algo?
- Si, pero no creo que me puedas ayudar. El único que sabía resolver esto era Martín. – y bajó la cabeza como recordando.
- Pedíle que te lo muestre – Dijo Martín.
- Ernesto, ¿Me lo presta?
No se muy bien porque motivo accedió a mi pedido, pero Martín logró resolver el inconveniente y me fue dictando la respuesta.
Ernesto se sorprendió. Se quedó mirándome fijo como si reconociera a su hijo en mí.
Me agradeció y se fue. Supongo que el momento lo emocionó.
Al salir de la oficina fuimos con Martín a ver al brujo.
Octavio Fuentes. Un nombre imponente. Más de telenovela que de brujerías pero por el momento, era la única solución que teníamos.
El lugar era bastante normal. Muy alejado de mis fantasías. Nada de telas colgando en el techo ni bolas de cristal. Menos que menos se apareció el tal Octavio con un turbante en la cabeza. Martín tenía razón. Mi imaginación era excesiva.

- Un gusto de conocerla, Laura.
- Gracias, igualmente.
- ¿En qué puedo ayudarlos?
- ¿Ayudarlos?
- Estás acompañada ¿no es así?
- ¿Ve a Martín? – pregunté sorprendida.
- Lo puedo sentir.
- Ese es, justamente, el motivo de mi visita. Martín está muerto pero yo soy la única que lo puede ver.
- ¿Tenés que decir con tanta ligereza que estoy muerto? – acotó Martín molesto. Lo chisté para que sintiera que eso no era lo importante en ese momento.
- ¿Hace cuanto que murió?
- Un mes - dijimos al unísono.
- Está más que claro, que hay un motivo por el cual él no puede despegar de este plano.
- Yo pensé lo mismo – argumenté orgullosa de que mi teoría fantasiosa, como me había dicho él, pudiera ser cierta.
- Para que … ¿Cómo se llama el difunto?
- ¿Difunto? Por Dios que palabra espeluznante – Dijo él estremeciéndose.
- Martín. Se llama Martín Paz.
- Decile que no me vuelva a decir difunto.
- Cortala Martín.
- ¡Deciseló!
- Por favor sería tan amable de llamarlo por su nombre.
- Por supuesto. Se ponen muy susceptibles cuando no tienen definido el plano donde permanecer.
- En conclusión ¿Qué tenemos que hacer Octavio?
- Vos nada, querida. Martín va a tener que tratar de descubrir cual es la cuenta pendiente que tiene en la tierra. Sólo así va a poder partir.
Estaba más que claro. Había algo de su vida que quedó inconcluso.
Martín no tenía la más pálida idea de cual era su cuenta pendiente. Iba a ser difícil encontrar la solución al problema.
Antes de pagarle a Octavio e irnos, le pregunté.

- ¿Y yo porque estoy metida en todo esto?
- No podría asegurarte. Tiene un poco que ver con la predisposición de cada persona y sobre todo con lo que tenés aquí – apoyó su mano en mi corazón. No hizo falta que nos explicara más. Ya teníamos la punta del ovillo.