16 abril 2010

SIETE ABRILES

A Guido Mauro, mi abuelo.


SIETE ABRILES




Allí estaba. Parada, sola en aquella habitación vacía, la misma que siete años atrás había sido
testigo del milagro más maravilloso que ella viviera. Sintió nuevamente la fuerza de su mano, la
mirada atenta y el sonido de su nombre, Lulita, en la voz del ser que más extraña.
Quince días de agonía. Lulita firme a su lado, le sacaba las semillas a las uvas y se las daba de
comer en la boca, como varios años atrás, él lo había hecho con ella. Hablaban en silencio. Ellos se
entendían. Lulita recordó aquellas charlas escondidas del resto de la familia, en la última
habitación de la casa. La confesión de algún amor platónico sin importancia. Él lo hacía sentir
único.
¡Cuanta falta le hacía! Sintió ganas de contarle su presente. Comenzó a hablar sola y el eco de su voz la hizo caer en la cuenta, de que seguía estando vacía.
No había vuelto a pisar esa habitación. Lo intentó. La obligaron. Se ahogaba, se le nublaba la vista. Prefería estar en otros rincones de la casa, donde recordaba alegrías. Como aquel sillón del living.
Debía quitarse los zapatos para subir. Sus piernitas colgaban con gracia a pesar de que siempre fue alta, como él.
Cuando le dieron la noticia de que sólo había que esperar, estaba sentada en la mesa redonda de la cocina, donde solían almorzar dos veces por semana cuando salía de la escuela. Sus padres y su abuela permanecían allí, no los vio. Lloró. Delante de todos, nunca lo había hecho en años. Para su familia, ella no lloraba. Se volvió a sentar en aquella mesa. Esta vez sola, ya no quería estar en la habitación. La casa estaba a oscuras. Nadie levantaba aquellas pesadas persianas.
Lulita sonrió. Recordó aquel famoso álbum de figuritas, el de Barbie, el único que completó. Él solía comprarle de a diez paquetes. Se habían propuesto llenarlo en complicidad con su tía.
Lulita lloró. Otra vez la ausencia. Hurgó en otras habitaciones, cumplía con la orden de su padre, aunque ya era adulta.

- Andá a la casa de los abuelos y elegí lo que te querés llevar.

Ella no quería nada. Todo estaba guardado en su corazón. Igual buscó. Encontró el viejo tocadiscos y el LP del Topo Yiyo, su preferido. También algunas canzonetas italianas que solían escuchar después del almuerzo de los domingos. Era italiano, pero se sentía más argentino que el resto.
Lulita sintió ganas de regresar a aquellos tiempos, donde él hacía magia para divertirla y de sus orejas salían miles de caramelos.
No había elegido nada aún.
Caminando por el pasillo, se detuvo en la pared de los nietos. El mural de sus primos y el de ella, seguían allí con un poco de polvo, pero intactos. Milimétricamente colocados para no romper la armonía. Se vió cuando todavía era Lulita, se reconoció en esa mirada y por primera vez sintió orgullo de si misma.
Tantas veces él la había ido a buscar a la puerta del colegio o cuando trabajaba con su padre y a escondidas la dejaba jugar entre los algodones gigantes. Así vivía.
Aquella mañana del miércoles 16 de abril, Lulita presintió lo que iba a suceder. Se habían despedido el viernes con lo del milagro. Ya no estaba.
Aquella promesa, cuando años atrás le hacían un triple By Pass de urgencia, estaba cumplida. Había podido llegar a conocer a su último nieto.
Los días siguientes se debatieron entre la tristeza y la Pascua. Hasta en eso fue puntual.
Lulita camina hacia la puerta y siguiendo el ejemplo de uno de los hombres más grandes que conoció, no se llevó nada material. Tal vez eso ocasionaría una pelea con su padre. No le importaba.
Apagó las luces y salió. Respiró profundo, se sintió liviana y erguida, caminó por aquellas calles que alguna vez transitó junto a él.
Quizás las lágrimas se puedan convertir en sonrisas motivadas por los recuerdos.
Abril no le es indiferente y lo sabe.
Toma el colectivo, piensa, recuerda, vive. Vive por todo lo que fue y lo que es. Vive por el futuro y por su abuelo Guido, que la cuida como siempre.

12 abril 2010

CONFESIÓN


CONFESIÓN

- Padre, quiero confesarme.

Raúl comenzó la jornada en la capilla de Santa Lucía con la presencia de una cara extraña. Jamás lo había visto en misa o deambulando por el barrio.

- Si hijo, ven por aquí. – respondió Raúl con pocas ganas de trabajar pero bien predispuesto.

El joven traía uniforme de escuela. El cura le calculó unos dieciséis años.

-Díme, ¿qué te trae por estos lugares?

- Necesito confesarme. Guardo un secreto que no me deja tranquilo. No puedo contárselo a nadie, por eso acudo a usted.

- Pero, niño ¿qué puede ser tan grave para que estés tan angustiado?

- Prométame que guardara mi confesión.

- Por supuesto, ese es mi deber. Tú estás hablando con Dios en este momento y no conmigo.

El muchacho respiró aliviado y comenzó su relato.

- Fui testigo de un asesinato y desde aquel día no puedo vivir en paz. Una y mil veces esa imagen ronda mi cabeza. Ya no salgo con amigos, abandoné el fútbol y creo que día a día mi vida va a ir desapareciendo.

- Bueno, muchacho, lo que me cuentas es muy grave. Debes hacer la denuncia.

El chico, elevando su tono de voz, se negó rotundamente.

Raúl absolvió al joven con dos Padrenuestros y tres Avemarías teniendo la certeza que el miedo no se curaba con rezos sino con la verdad.

Transcurrió una semana de aquél episodio. A Raúl aquella confesión lo tenía intranquilo. Lo empujaba a la desconcentración y hasta le costaba ofrendar las misas.

Por las mañanas leía todos los diarios en busca de algún asesinato no resuelto. Nada alteraba la rutina de los medios de comunicación.

El sábado se organizó la kermés en la parroquia para recaudar fondos y así poder seguir brindando un plato de comida a los mendigos.

El barrio se unía para disfrutar de la fiesta. Raúl, que era amigo y confesor de todos, se acercó a un grupo de señoras que exclamaban horrorizadas.

-¿Qué sucede señoras? ¿Por qué esas caras de desolación? la kermés está saliendo fantástica – dijo Raúl en forma de chiste.

- ¡Ay, padre! pero ¿es qué usted no sabe nada?

- ¿Sobre qué?

- La hija menor de los Trato apareció muerta en una zanja. Dicen que fue violada y estrangulada.

Raúl se quedó perplejo. Los recuerdos invadieron su cabeza dándole un sacudón.

- ¿Se supo quién fue? – preguntó el cura con un hilo de voz.

- Dicen que era un compañero de escuela que estaba obsesionado con ella. La última vez que lo vieron fue hace una semana, rondaba los alrededores de la parroquia ¿usted no vió nada raro padre?

Raúl se retiró sin contestar.

- Padre, ¿le sucede algo? Padre, padre – gritaban las mujeres.

Raul siguió caminando sin oír, sin ver. No regresó a la fiesta. Se encerró en su cuarto.

A la mañana siguiente se alistó como, de costumbre, pero no abrió la capilla.

Salió en dirección a la Basílica de San José, donde el padre Roque, su formador en el seminario, oficiaba la misa matutina.

Se quedó en el último banco y escuchó atento. Al finalizar la misma se acercó a Roque y con voz temblorosa le dijo

- Padre, quiero confesarme.

09 abril 2010

SEGUIR VIVA (A 10 AÑOS)


SEGUIR VIVA (A 10 AÑOS)


Sigo viva. Tu ausencia se siente, diez años nos separan. Me alejan de aquella que fui. Te busqué en sonrisas ajenas, en miradas de otros.

Es cruel el tiempo, nos empuja al olvido, a la cotidianeidad, a la costumbre.

Sigo viva. Cumplo sueños y dejo otros por el camino. Siento distinto, pienso diferente. Todo se transforma, cambia. A pesar de todo estoy aquí, otro 4 de abril me impulsa a las letras, al recuerdo, a la tristeza transformada, al olvido incierto de momentos, a recordar que hubieses hecho un día como hoy.

A veces siento que soy la misma con diez años a cuestas.

La foto allí, intacta, donde la puse aquel día con mezcla de felicidad y orgullo.

Hago esfuerzos para recordar tu voz. No puedo. Acudo a aquel viejo casSeTte donde te reís y así lo prefiero.

Son diez años y me parece que fue ayer. Aún siento ese dolor profundo en mi alma pero el tiempo trajo la tranquilidad, la madurez para aceptar tu decisión.

Sigo viva y te extraño más que ayer. No envejeció mi corazón, jamás lo hará. Siempre habitarás en él. Es un sentimiento que va mas allá de la vida, más allá de la muerte.

01 abril 2010

ARDE



ARDE

Arden nuestros cuerpos.

Arden.


Se humedecen mis labios.

Se estremece mi piel.

Arde el deseo.


Tu espalda y mis dedos.

Tu desnudez.

Te rozo.

Te siento.


Desnudos.

Me recuesto en tu cuerpo y arde.

Es fuego. Fuego que consume.


Arde el silencio.

Arde el tiempo.

Arden tus ojos.

Arde.

Arde.

Y me quemo.