28 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS VI

Volvimos a mi casa algo inquietos. Martín no paraba de sacar conjeturas. El trabajo fue lo primero que dijo.
- Tal vez la empresa no pueda quedarse sin mí.
- Mirá Martín, vos sabes que yo te quiero mucho, que me siento muy sola desde que no estás… bueno físicamente hablando. Pero sinceramente no creo que tenga que ver con el trabajo. Sabés perfectamente que nadie es indispensable.
- Sí, es verdad. Pero los que quedaron tampoco son una joyita. – dijo haciéndose el agrandado. Comenzamos a reír sin parar y a defenestrar a cada uno de nuestros compañeros, familiares incluidos. Cenamos y el cansancio se hacía sentir. ¿Sentiría cansancio él?
- ¿Dormís?
- Si, como no voy a dormir.
- ¿Y lo haces como antes… cuando estabas vivo?
- No siento grandes diferencias realmente.
- Es tan extraño estar hablando de estas cosas.
- Siempre hablamos de estas cosas.
- ¡Es cierto!
- Tal vez por eso te puedo ver – las risas volvieron a invadir el ambiente.
Me había olvidado todo lo que nos divertíamos.
Cuando nos conocimos, caímos en gracia. Éramos apenas unos adolescentes tratando de ser adultos. Nos poníamos serios para trabajar, pero al rato estábamos bailando en la oficina.

- ¿En que pensás?
- En el pasado. Me estaba acordando la vez que casi chocamos. Nos salvamos de milagro.
- Si, me acuerdo. Los dos estábamos en cualquiera.
- Pero yo no manejaba, vos sí.
- Ahora me vas a echar la culpa que hace seis años atrás casi te morís.
- Bueno echar la culpa no, pero …
- ¿No tenés otro recuerdo mejor?
- Tal vez lo más conveniente sea que vayamos a dormir – le dí un beso y me fui a mi habitación.
La semana había transcurrido en forma rutinaria, como siempre. Martín seguía sin encontrar la causa de su estadía en este plano y yo trabajaba bajo su presión.
Se volvía cada vez más complicado mantener charlas dentro del trabajo. Mis compañeros me veían hablando sola y pensaban que la muerte de Martín me había afectado más de lo normal.
Había momentos en los que él se ausentaba por un par de horas, pero nunca me sabía decir adonde iba.
El otoño estaba instalado y todos se habían acostumbrado a la idea de su ausencia. Sabía que eso lo lastimaba. No comprendía como podía ser que se hubiesen olvidado tan rápido de él. La realidad era diferente a la visión de Martín y yo pude entenderla después de un tiempo. Nadie se había olvidado de él. La rutina marcaba los pasos a seguir para que la vida fuera menos trágica.
Intenté explicárselo miles de veces pero era inútil.
Una mañana mientras desayunábamos me pidió un favor.

- Quiero ver a Carolina. Necesito decirle varias cosas. Quizás esa sea mi cuenta pendiente.
- No pretenderás que yo te acompañe.
- Laura, sabés perfectamente que no me puede escuchar.
- Esto es lo más parecido a Ghost, la sombra del amor. Patético.
- No seas irónica. No te estoy pidiendo que me prestes tu cuerpo, sólo necesito ver a Carolina.
- Está bien. Está bien.
- Gracias - y se levanto para abrazarme. Y no me soltaba ya casi no podía respirar.
- Si me matas antes, dudo que ambos podamos pasar de plano aflojá un poco con los abrazos.
Esa misma tarde me junté con Carolina. Me costó convencerla. Últimamente no salía demasiado. Después de los tediosos trámites se había encerrado en su casa.
Martín quería decirle tantas cosas. La única forma que se me ocurrió fue que le escribiera en computadora para que no reconociera la letra. Sospechoso también, pero nuestra coartada era perfecta. Le iba a decir que, acomodando las cosas de la oficina de Martín, había encontrado una carta para ella. Si lo pensaba dos veces no era muy creíble, pero la realidad es que nos íbamos a aprovechar de sus defensas bajas. Suena horrible, pero era la única forma que teníamos para saber si eso era el pase al otro plano.

26 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS V


Rosa me consiguió el teléfono del brujo. Lo llamé pero no le adelanté demasiado. Quería decirle las cosas cara a cara. Al día siguiente yo tenía que presentarme a trabajar, ya no podía faltar más.
Martín me acompañó. Era rara la situación. Volver juntos al lugar que compartíamos pero él ya no podía impartirme órdenes.
Se quedó en mi oficina. Me resultaba incómodo tenerlo al lado supervisando cada cosa que hacía.

- Así que usas el facebook en la hora laboral. ¡Qué bonito! Seguro que hacías lo mismo antes.
- ¿Antes de qué?
- De que muriera. Ja seguro que perdías tiempo en eso y yo no me daba cuenta.
Me ayudó en varias tareas esa tarde. Parecía que nada malo había ocurrido.
Cuando su padre llegó se sorprendió y yo me puse nerviosa.

- ¿Todo bien, Laura? – preguntó extrañado Ernesto.
- Ningún problema. ¿Necesitaba algo?
- Si, pero no creo que me puedas ayudar. El único que sabía resolver esto era Martín. – y bajó la cabeza como recordando.
- Pedíle que te lo muestre – Dijo Martín.
- Ernesto, ¿Me lo presta?
No se muy bien porque motivo accedió a mi pedido, pero Martín logró resolver el inconveniente y me fue dictando la respuesta.
Ernesto se sorprendió. Se quedó mirándome fijo como si reconociera a su hijo en mí.
Me agradeció y se fue. Supongo que el momento lo emocionó.
Al salir de la oficina fuimos con Martín a ver al brujo.
Octavio Fuentes. Un nombre imponente. Más de telenovela que de brujerías pero por el momento, era la única solución que teníamos.
El lugar era bastante normal. Muy alejado de mis fantasías. Nada de telas colgando en el techo ni bolas de cristal. Menos que menos se apareció el tal Octavio con un turbante en la cabeza. Martín tenía razón. Mi imaginación era excesiva.

- Un gusto de conocerla, Laura.
- Gracias, igualmente.
- ¿En qué puedo ayudarlos?
- ¿Ayudarlos?
- Estás acompañada ¿no es así?
- ¿Ve a Martín? – pregunté sorprendida.
- Lo puedo sentir.
- Ese es, justamente, el motivo de mi visita. Martín está muerto pero yo soy la única que lo puede ver.
- ¿Tenés que decir con tanta ligereza que estoy muerto? – acotó Martín molesto. Lo chisté para que sintiera que eso no era lo importante en ese momento.
- ¿Hace cuanto que murió?
- Un mes - dijimos al unísono.
- Está más que claro, que hay un motivo por el cual él no puede despegar de este plano.
- Yo pensé lo mismo – argumenté orgullosa de que mi teoría fantasiosa, como me había dicho él, pudiera ser cierta.
- Para que … ¿Cómo se llama el difunto?
- ¿Difunto? Por Dios que palabra espeluznante – Dijo él estremeciéndose.
- Martín. Se llama Martín Paz.
- Decile que no me vuelva a decir difunto.
- Cortala Martín.
- ¡Deciseló!
- Por favor sería tan amable de llamarlo por su nombre.
- Por supuesto. Se ponen muy susceptibles cuando no tienen definido el plano donde permanecer.
- En conclusión ¿Qué tenemos que hacer Octavio?
- Vos nada, querida. Martín va a tener que tratar de descubrir cual es la cuenta pendiente que tiene en la tierra. Sólo así va a poder partir.
Estaba más que claro. Había algo de su vida que quedó inconcluso.
Martín no tenía la más pálida idea de cual era su cuenta pendiente. Iba a ser difícil encontrar la solución al problema.
Antes de pagarle a Octavio e irnos, le pregunté.

- ¿Y yo porque estoy metida en todo esto?
- No podría asegurarte. Tiene un poco que ver con la predisposición de cada persona y sobre todo con lo que tenés aquí – apoyó su mano en mi corazón. No hizo falta que nos explicara más. Ya teníamos la punta del ovillo.

22 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS IV


Por la mañana desayunamos en silencio. Quiso mate, como siempre. Le pedí permiso para no ir a trabajar ese día y me lo concedió. A su vez llamé a la oficina y me reporté enferma.
Nos tomamos el cuarenta y cuatro y llegamos al cementerio de la Chacarita.

- ¿Qué hacemos acá? ¿murió alguien y no me enteré?
- Algo así, Martín.
Siguió caminando a la par mía. Yo temblaba. No había estado en aquel lugar desde su entierro.
Llegamos a su lápida y me puse frente a él para que no pudiese ver.

- Necesito contarte algo muy importante.
- Podes dejar de dar vueltas y decirme que pasó de una vez por todas.
- Te acordás del día de la fiesta.
- Si por supuesto.
- Te fuiste sin saludar.
- Si, pero volví. Vos te fuiste sin saludar.
- Bueno, no importa eso ahora ¿Recordás qué pasó después?
Hizo una pausa. Intentó recordar pero no lo lograba.
- No me acuerdo. Sólo tengo la imagen de la reunión de ayer.
- Después de la fiesta volviste a tu casa. Te empezaste a sentir mal. Carolina llamó al médico, te trasladaron al hospital más cercano. No pudieron hacer nada. – y mi voz iba desapareciendo- Tu corazón dejó de latir.
Mi rostro estaba lleno de lágrimas y vi un gesto raro en el de él. Como si mi relato le hubiese traído recuerdos.

- Me estás cargando. Todo esto es una broma de mal gusto, Laura.
- No es broma. Te estoy contando la verdad de la mejor manera posible. No es fácil para mi decirte que estás muerto.
- ¿Muerto? Estás loca. Me trajiste hasta acá para decirme tremenda pavada, por favor.
- Mirá el nicho y comprobálo con tus propios ojos – al terminar de decir esas palabras me corrí para que él mismo pudiera ver la realidad.
Estaba cara a cara con la muerte.
Su nombre escrito en aquella lápida lo obligaban a creer en mi relato. Cayó de rodillas frente a si mismo. Acarició el mármol y lloró desesperado. Intenté abrazarlo pero me apartó con un brusco movimiento. Entendí que necesitaba estar solo y salí del lugar.
Me senté en las escalinatas y esperé. Sabía que me iba a buscar.
Se sentó a mi lado y hundió su cabeza entre las piernas. No dijimos nada. Yo no paraba de llorar. Era un llanto calmo. Al cabo de unos minutos cruzó los brazos sobre las piernas y balanceándose tocaba mi hombro con su cabeza. Intentaba reanimarme.

- ¿Lloraste mucho? - Preguntó como si se tratase de alguien ajeno.
- Incansablemente. Te extraño ¿sabes?
- Me imagino. ¿Hace cuánto que no estoy?
- Un mes.
- ¿Carolina?
- No sabe que hacer con su vida. Está muy triste pero también tiene en claro que no te puede defraudar. Siempre transmitís esa alegría y optimismo a todos.
- Transmitía ¿Te cuesta todavía hablar en pasado?
- No me resigno a hablar de vos en pasado.
- Tal vez por eso sos la única que me puede ver.
- No lo sé.
- Uh ¿mi mamá?
- Entre todos tratan de contenerla.
- La quiero ver.
- Yo no te puedo acompañar
- Por favor, lleváme. Necesito ver a mi mamá.
Nos levantamos al mismo tiempo y fuimos hasta la casa de su madre.
Toqué el timbre, algo nerviosa. No podía saber en que forma iba a reaccionar. Si bien me conocía y tenía un gran afecto por mí, tal vez no era el momento para interrumpirla.
Se sorprendió de mi visita pero me hizo pasar.
Tenía la cara demacrada. Se notaba que había estado llorando hacía poco tiempo.

- Qué raro que me vengas a visitar.
- Eh… Quería saber como estaba.
- Y… sabés como es esto.
- Si. – dije mientras bajaba la cabeza. Me sentía mal de no saber bien que decir pero le estaba dando la posibilidad a Martín de volver a ver a su madre.
- Decíle que le viniste a traer plata, y dale lo que tenés en la billetera.
Lo miré sorprendida porque tenía sólo veinte pesos encima.
- Hacéme caso – prosiguió.
- Le vine a traer plata - Y cuando saqué la billetera tenía quinientos pesos.
- Gracias. Pareciera que Martín estuviera acá.
- Algo así – me acerqué para darle un beso y un fuerte abrazo. Lo hice por los dos. Martín tenía los ojos llenos de lágrimas y advertí que iba a ser mejor que me fuera antes, de que ninguno de los tres pudiera controlar el llanto.
Salimos de allí con el ánimo por el piso. Ambos teníamos mil preguntas sin respuestas. ¿Cómo seguía todo? ¿Qué debíamos hacer? Él estaba más perdido que yo. Por alguna razón, todavía seguía en este plano.

- Tal vez tenés una cuenta pendiente.
- Siempre fantaseando. No cambias más – y se hecho a reír. Reímos juntos.
- Te hablo enserio. Por algo no te vas.
- No se si es bueno. Debo ser la primera persona que no se da cuenta que murió.
- Típico tuyo – y volvimos a reír. Pero yo tenía razón. No existía persona más despistada que Martín.
- ¿Será algo relacionado con Carolina?
- No creo que con ella tengas cuentas pendientes. ¿Será conmigo?
- No. Con vos tampoco tengo cuentas pendientes. Pero sí estoy seguro que sos la persona elegida para ayudarme y no se equivocaron.
- ¿No te hubiese gustado más que sea Caro la que pueda verte y no yo?
- No te voy a mentir. Hubiese sido fantástico. Pero si tuviera que elegir otra persona serías indudablemente vos. Mi hermanita. – y puso su mano en mi cara acariciándola.
- Tuve suerte entonces.
- Así parece. Igual esto de quedarme por la mitad no me resulta nada gracioso.
- ¿Te gustaría irte definitivamente?
- Creo que sí. Ya no tengo posibilidades de vivir. Me siento Gasper.
- No sé como ayudarte. Voy a llamar a Rosa otra vez. Ella conoce un brujo, quizás nos pueda dar una pista.
- ¿Un brujo? ¿Y si vemos a un cura?
- Podría ser otra opción. Pero tenemos que ser precavidos, van a creer que estoy loca. – rió nuevamente sin parar. Era verdad lo que yo decía. Mi versión del muerto que no sabe que murió, podía llevarme a la internación directa.

19 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS III

Con Rosa lo empezamos a perseguir. Comenzó a caminar y tomó el colectivo. Era la primera vez en diez años que lo veía tomar uno. Se dirigía a la oficina, no cabían dudas.
Lo seguí con su auto. Cuando llegué, el padre de Martín estaba esperándome enfurecido. Me había ausentado de la reunión y hacía dos horas que estaba fuera de la oficina. Los teléfonos no dejaban de sonar. El reto, fue con subida de tono incluida. Me sentí sola. Ya nadie me defendía.
Martín entró a la oficina para ocupar su lugar y presenció la escena. Comenzó a gritarle a su padre.

- Te volviste loco, porqué le gritas así a Laura. Yo la autoricé a salir.- pero era inútil, él no lo podía escuchar.
Yo me ponía más nerviosa aún, por un lado quería calmar a Martín y por el otro disculparme con Ernesto.

- Tiene razón – dije levantando el tono de voz pero en lugar de dirigir mí mirada hacia Ernesto lo hice a Martín.
Se produjo un silencio. Ernesto me miraba con odio que luego cambió por compasión.

- Disculpáme Laura, estamos todos nerviosos. Quizás debas tomarte unos días para superar lo que sucedió. Sé que para vos es muy difícil tanto como para mí.
- ¿Pero qué pasó? – preguntó Martín preocupado.
- Después te explico – dije entre dientes.
- ¿Qué dijiste Laura? – Quiso saber Ernesto.
- Nada, que tiene razón y quizás necesite unos días para calmarme.
Quería abandonar la oficina de una vez por todas pero Martín se quedaba. Estaba esperando que su padre le dejara el lugar. Me desesperaba no saber como sacarlo de allí. Lo tomé de un brazo y lo empujé hacia afuera.

- Estás demasiado rara, no sé que te pasa.
- Estoy bien. Me sentí un poco floja y a parte, te quería comentar algo. Es una idea que tuve, nada más. ¿Escuchaste que tu papá me dijo que debía descansar? Tal vez sería buena idea.
- Sí, seguro. No tengo problema que te tomes unos días.
- ¿Y si te los tomás conmigo?
- Definitivamente no estás bien. Sabés que te quiero como si fueras mi hermanita menor pero ¿vos querés que mi mujer me mate?
- Capaz que no tiene problema.
- Desquiciada. Sí, sí. Estas totalmente fuera de eje.
- Una semana.- supliqué subiendo mis hombros.
- De ninguna manera. Por Dios, Laura ¿Por qué no vas con tu novio? Les va a hacer bien.
No había forma de evadir a Martín de la realidad. Era necesario decirle la verdad pero ignoraba como. En un instante de distracción, desapareció.
Lo busqué por todos lados, sin suerte. La llamé a Rosa. Ella creyó que tal vez ya se había dado cuenta y pasado a otro plano. Intenté calmarme y me puse a terminar mi trabajo.
Lo seguía buscando por todos lados pero era inútil.
Quizá Rosa tenía razón y Martín descansaba finalmente en paz.
Me fui a casa un poco triste. Sentí que lo había perdido por segunda vez.
No tenía hambre, pero sí mucho sueño. Me di una ducha y me recosté.
Escuchaba un ruido a lo lejos. Me sentía como perdida entre sueños. Me costó mucho reaccionar. Estaba sonando el timbre. Me levanté con miedo. Era muy extraño que a esa hora viniera alguien a mi casa.
Era Martín. Le abrí lo más rápido que pude.

- Es terrible lo que sucede – dijo con desesperación.
- ¿Te enteraste? – pregunté con cautela.
- ¿Tiene otro?
- ¿Quién tiene otro?
- Mi mujer ¿tiene otro?
- No. ¿Cómo podés pensar eso?
- No me contesta. Nadie me contesta. Tengo un vacío en mi mente, no recuerdo si me peleé con todos o si me hicieron algo.
- Tranquilizáte Martín, no pasa nada. Quedate a dormir acá y mañana me acompañás a un lugar. Vas a entender todo, te lo prometo. – lo abracé fuerte. Me sentía dichosa de poder verlo otra vez. Pero era muy grande su angustia. Le armé una cama improvisada en el sillón y la noche transcurrió tranquila.

16 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS II


Se hizo una reunión para ver cómo nos repartíamos las tareas. Estábamos los mismos que en el velorio, o por lo menos la imagen era la misma.

Giré mi cabeza cuando sentí que alguien estaba a mi lado.

Quedé pasmada. Mi respiración se entrecortaba. Trataba de hablar por celular pero le era imposible.

Imposible era lo que estaba sucediendo. No podía ser. Seguramente la falta de sueño estaba produciéndome alucinaciones.

Cerré los ojos y los volví a abrir. Pero seguía allí. Reconocí su ropa. No podía ser verdad. Observé al resto. Parecían no darse cuenta de lo que sucedía.

No me moví. Intentaba no pensar que lo tenía a mi lado, mientras escuchaba el discurso absurdo que estaba dando parte del directorio.

- ¿Qué le pasa a este celular que no me puedo comunicar con nadie? ¿y esta reunión sin sentido que significa? – preguntó dirigiéndose a mí.

- Eh , eh… - no sabía que decirle. Me estaba volviendo loca sin embargo ahí estaba, a mi lado y hablándome.

No podía ser verdad.

- ¿Qué te pasa? ¿desde cuándo titubeas?

- No… no estoy titubeando. Porque mejor no nos vamos, no creo que sea para nosotros esta reunión – argumenté alejándolo de aquel lugar. Si de algo me había dado cuenta era de que él no sabía la verdad.

No sabía que había muerto.

Lo tomé del brazo y lo llevé hasta la calle.

Saludó a la vecina pero ella no le respondió.

Volviéndose a mí, dijo

- ¿Qué le pasa a todo el mundo? ¿nadie saluda hoy? – Y se fue caminando hacia la esquina mientras seguía intentando comunicarse por celular.

Yo no sabía como reaccionar. ¿Cómo podía ser que estuviera acá y que sólo me viese a mí?

Corrí a la esquina y lo llevé hasta el auto. Llamé a mi amiga y le dije lo que estaba sucediendo. Al principio no me creyó. Pero al verme tan convencida, me pidió que nos encontráramos en la confitería Splendid.

Martín se subió a su auto, pero pensé que era más prudente que manejara yo. Con cualquier excusa tomé el volante. Él me seguía hablando como si nada hubiera sucedido. Yo trataba de responderle lo más normal posible.

Finalmente llegamos a la confitería y bajamos los dos. Martín no estaba muy de acuerdo en acompañarme. Le pedí por favor que no me dejara sola, había vuelto a tener ataques de pánico, como hacía un par de años atrás.

Rosa estaba esperando en la mesa que se encuentra cerca del piano. Llegamos los dos. Era lógico, mi amiga no podía verlo. Martín se sentó a mi lado y pidió un café para él y un cortado mitad y mitad para mí. Tuve que volver a repetir el pedido y él se sorprendió. Pero siguió con el tema del celular.

- Contáme de que se trata esta locura de que ves a Martín.

- Bajá la voz , Rosa, te puede oír. Está al lado mío.

- Esto es demasiado ¿Llamaste a tu psicóloga?

- Si, claro. La llamé y le dije que veo gente muerta. Por Dios ¿en qué estas pensando? ¿querés que me internen?

- Me parece una locura todo esto.

- Ah, porque a mí no – dije en tono irónico.

- Bueno, ¿y qué vas a hacer?

- Y no sé. Por el momento nada. Él no sabe que está muerto y no creo conveniente decírselo.

- ¿Por qué no? Quien mejor que vos para darle la noticia. Tal vez por eso sos la única que lo puede ver.

- ¿Y si no lo acepta?

- Laura, por favor estamos hablando de alguien que está muerto. Esto es una locura me siento una idiota discutiendo sobre este tema como si fuese algo normal.

- Ya sé que no lo es. Pero qué hacer. Recién pude evadir sus preguntas pero ¿Por cuánto tiempo más?

- Este café esta frío – dijo Martín con cara de asco – voy a pedirle al mozo que me lo cambie.

- Dejá Martín, yo le digo quedate tranquilo.

- Qué atenta que estás hoy ¿qué te pasa? Me cambiaron a Lau – y rió con ganas.

Rosa no podía ayudarme demasiado. Debatimos un largo rato. Martín se impacientaba, nunca se podía quedar quieto más de una hora. De hecho dejó la plata de todo lo que habíamos consumido y se fue. Era imposible detenerlo.

12 diciembre 2011

EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS I


Antes de comenzar a publicar nuevamente, quería contarles que por razones de estudio no pude ni leer ni publicar nada en el blog.
En esta oportunidad quiero contarles que voy a publicar en varios capítulos ya que el cuento En el jardín de las rosas, es un poco más largo de lo habitual. Es muy especial para mí ya que involucra a una persona muy importante en mi vida.
Espero no aburrirlos.
Besos a todos.





EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS


CAPITULO I

--- Claro que voy a ir a la fiesta. – Dije mientras desarmaba el teléfono inalámbrico para limpiarlo, y continué - Estas insistiendo hace tanto que me contagiaste tus ganas.

-No son ganas. La gente merece divertirse después del año complicado que tuvimos.

-Tenés razón. Y continué con mi tarea - ¿No te vas todavía?

-Hasta que no vea que podés volver a armar ese teléfono, no me muevo de acá – dijo soltando una carcajada picaresca.

Sonreí también y terminé de armarlo para que de este modo pudiéramos irnos.

Al día siguiente todo estaba listo para comenzar la celebración.

Llegué después de él y lo saludé con un beso, casi obligándolo.

-Te vi hace un rato, dejate de hinchar con tantos besos.

-Cortála ¿qué te cuestan?, si son gratis – y reímos.

La noche transcurrió sin pena ni gloria. No estuvimos mucho en contacto. Cada uno atendía su juego, su gente. Aunque en definitiva ambos terminamos estando del mismo lado.

Siempre del mismo lado.

Nos habíamos conocido hacía diez años atrás.

Éramos tan chicos en ese entonces. Compartimos muchas cosas, nos contábamos infinidad de secretos. Nos aconsejábamos en temas de amores. Éramos amigos. Hermanos.

Se fue sin saludarme. Era normal en él, pero me enojé.

-Al final vine a esta bendita fiesta sólo porque me lo pidió y se va sin saludarme ¡Qué bárbaro! – y me fui sin decir más.

Un llamado a primera hora de la mañana me despertaba.

Había muerto.

No lo creí. Me desesperé. Lloré y fui al único lugar en el que tenía que estar. El mismo que compartíamos día a día. Dónde habíamos depositado nuestros sueños. Toda nuestra energía.

Las horas sucesivas fueron de un dolor inconmensurable. Difícil de poner en palabras.

Pero como siempre sucede en estos casos, todo volvió a la normalidad y había que continuar con la rutina.

La vida sigue. Me cansé de escuchar esa frase, pero es la verdad, sigue.

Nunca mejor definido. Nadie me dijo que va a ser igual, sino que simplemente continúa.

-